Me
encontraba en una pieza pequeña del segundo piso, la de la puerta de marrón
oscuro. Sin duda, debía ser el cuarto de huéspedes o donde dormía el perro en
las noches de frío. Sabiendo que los demás tenían el resto de la casa cubierta,
me relajé en la cama.
No había
podido sacarme toda esa escena de la cabeza. Clara había matado a una sombra
con un puto abrelatas, de nuevo. No podía unir ningún cabo suelto. Pero tampoco
me animaba a abrir la boca para preguntar algo.
Hace un par de días todo era tan perfecto, y
ahora estamos en medio de este desastre. Me puse las dos manos en la cara y sacudí
la cabeza. Recapitulaba todo lo sucedido y cada vez tenía menos sentido.
Tal
vez la respuesta se encontraba en cómo estaba compuesto el abrelatas. Las balas
eran de plomo, y los abrelatas de… ¿acero? No estaba seguro. No creía que la
respuesta correcta estuviera en las posibles aleaciones del acero. El verdadero
enigma corría por otro lado, ya que no tenía la más remota idea de que podían
llegar a ser esas sombras. Me sentía apartado del grupo, sabía que los demás
sabían más que yo. Pero elegía no preguntar.
Cuando
volví a abrir los ojos, la luz se había ido.
Grité
mi ubicación y fui bajando la escalera mientras me guiaba con la baranda. Fui
tanteando la pared para poder llegar a la cocina. Había un zumbido en el
ambiente, algo así como una aspiradora, muy cerca de mí. Lo ignoré totalmente.
Seguí mi camino hacia la cocina, pero la pared se empezó a sentir viscosa.
Apuré mi camino a la cocina y la luz volvió. Por Dios.
El
líquido negro caía desde las paredes… y cada vez aparecía más. En el centro del
living había algo. Cómo un punto que no podía mirar directamente. Sentí cómo mi
corazón se subía a la garganta. Era lo más parecido a un infarto. Pude sentir
como mi cuerpo se endureció de pies a cabeza por un instante, pero reaccioné
con un grito y corrí hacía el living.
Cerré
la puerta de un golpazo y puse un mueble para taparla. Por Dios, era demasiado.
Mi
corazón latía demasiado fuerte; pensé que iba a explotar. Quería que mi pecho
estallara de una vez y acabara en ese momento. Todos los demás estaban ahí. Miré
a Clara y me la imagine empapada en mi sangre.
Bajé
la cabeza y vi como el líquido negro empezaba a filtrarse por debajo de la
puerta, despacio. Mi corazón se aceleró, si eso era posible. Pero Clara hizo que
me relaje. Me miró a los ojos y levantó su mano. Tenía su abrelatas. Ella podía
hacerlo. Fuera lo que fuera que hacía.
Limpié
mi mano con un borde del mueble que había usado para tapar. Luego lo corrí,
dejando pasar a Clara.
—Clay,
¿estás loco? —dijo Croft.
—Ella
tiene el abrelatas, no hay de qué preocuparse —dije, con un tono mucho más
seguro de lo que estaba.
Nick,
Croft y yo miramos desde la puerta como Clara se acercaba a esa cosa. Alrededor
del cuarto, el líquido negro no paraba de fluir por las paredes y de moverse. Era
como si estuviera escribiendo algo, pero no podía distinguir nada. En ese
cuarto las cosas parecían distorsionarse.
Clara
se seguía acercando. Esa cosa era transparente, un círculo perfecto. Desde él,
partículas negras aparecían continuamente, uniéndose y tomando una forma cada
vez más humanoide, y la luz parecía gravitar hacía él. Todo el cuarto parecía
deformarse en dirección al círculo.
Clara
se acercaba dando un paso a la vez. Yo ya no tenía miedo. Estaba casi tranquilo;
confiaba plenamente en ella (en su abrelatas). Mientras tanto, las partículas negras que surgían
atrás del círculo empezaban a tomar una forma cada vez más notable.
—Vamos,
Clara —susurré.
Ella
ya estaba a un metro de distancia, tal vez medio. Entonces tomó el abrelatas
con ambas manos en una pose rara, y rasgó al círculo de derecha a izquierda.
Inmediatamente, líquido negro surgió del tajo como si fuera sangre. Esta empezó
a fluir, muy lentamente.
El
círculo transparente empezó a achicarse lentamente, haciendo más claro al
cuarto. El flujo de líquido en las paredes empezó a bajar al suelo; se acumuló
y ya llegaba a cubrirnos los pies. Frente a Clara, que miraba erguida, la
figura negra estaba casi completa, y la obvia imagen de una sombra estaba por
aparecer frente a ella.
El
círculo seguía achicándose. Ella siguió inerte frente a él. Al final consiguió
un diámetro, se consumió y desapareció, y las partículas negras cayeron al piso,
junto a la sangre negra. El pequeño
lago que teníamos dejó de sumar afluentes.
Clara
tenía una sonrisa de seguridad en su cara cuando se dio vuelta hacia nosotros.
—Entonces…
necesitamos una casa nueva, ¿no? —dijo, señalando a sus zapatos empapados—. No
me apasiona la idea de dormir con una laguna de esto cerca.
—Sí… —dijo
Nick, desanimado—. Tapamos todas las entradas y aun así aparecen estas cosas, Dios
mío.
—Voto
por irnos. Este lugar ya no me da buena espina. Ya saben, por esa puta laguna
de líquido negro —dijo Croft, como explicándonos—. Sí, bueno, eso. Vayámonos.
—Sí,
vayámonos —concluyó Clara—. Aunque muero de hambre.
—Podríamos
quedarnos a comer… yo también muero de hambre —dije. Nick y Croft asintieron—. Y ya que estamos, podríamos descansar acá… —pero
no pude terminar la frase.
—No
—dijo Croft.
—No —repitió Clara.
—Escuchen,
descansar un poco —insistí—. Tirarnos en la cama un rato y luego salir. No es
tan mala idea.
—Mientras
no nos quedemos a dormir acá —dijo Croft—. Acepto.
Todos
asintieron con la cabeza, y nos dirigimos a limpiar nuestros cuerpos lo más
posible. El líquido negro se diluía fácil con el agua. Limpié mi mano izquierda,
que era la única afectada. Clara solo tenía un poco en las manos. Croft y Nick
solo se lavaron por precaución.
Utilizamos
el baño de abajo, que estaba detrás de la cocina y no había sido alcanzado por el
líquido negro. Un desnivel llevo el líquido directo hacia una rejilla, y no
tuvimos que preocuparnos por limpiar.
Me
ofrecí a preparar algo simple. En la heladera encontré mucha más comida de lo
que esperaba, aunque solo alcanzaría para una cena. Comeríamos bien una vez
más. Los paquetes estaban perfectamente ordenados; parecía que los habían
dejado especialmente para nosotros. Había cuatro comidas diferentes; solo
faltaba un papel que dijera “Comida de Clay”; “Comida de Croft”.
Calenté
las cosas en el microondas y las serví. Comimos rápido, sin decir una palabra.
Cuándo
terminamos, Clara se levantó y fue a
buscar algo que había en un cajón. Cuándo se acercó a la mesa
se apareció con cuatro abrelatas idénticos al de ella.
—Hay
uno de sobra, pero ahora podemos llevar uno todos. Aunque no tengo idea si
estos funcionan…
De
pronto abrió los ojos, y luego nos miró.
—¿Lo
escuchan?
Como
con los helicópteros, era la tercera vez en el día que Clara decía lo mismo. Me
reí. Luego vi la cara de
concentración de los demás y decidí escuchar también. Antes de que pudiera oír
algo, los demás salieron corriendo hacia la puerta.
—¡Hey!
Me
levanté rápido y salí tras ellos. Sin embargo, en la puerta choqué con la espalda
de Croft, que venía retrocediendo.
—Mierda,
mierda, mierda, mierda —musitaba.
—¿Qué
pasa?
Nick y
Clara querían entrar, y todos chocaron conmigo. Sobre el hombro de Nick pude
ver por qué huían; era una de las bestias amasadas, compuesta de partes del cuerpo
de varias personas; y estaba acercándose a la casa.
No
quise imaginar qué podía llegar a pasar si semejante mierda alcanzaba a
alimentarse de toda el líquido que teníamos adentro. Saqué mi pistola —la que
había conseguido junto al auto baleado— y apunté a sus dos piernas. A pesar de
tener más brazos, ojos, y pies de lo común, solo tenía dos pies. La bestia
estaba a unos cinco metros todavía, y tuve tiempo suficiente para darle un tiro
limpio en la rodilla derecha. No estaba acostumbrado a usar armas, y el disparo
me sacudió, tambaleándonos a todos que estábamos apretujados en la puerta.
La
deformidad se tambaleó, pero siguió cojeando hacía nosotros. Le di un tiro más
en la otra rodilla. Con un gemido, la cosa cayó. Sin embargo, inmediatamente
empezó a arrastrarse casi a la misma velocidad. Sentí una mano en mi hombro derecho
y me giré. Era Croft, con su arma.
Ahora
la bestia estaba muy cerca, y podía apreciarse mejor. Ese cuerpo grotesco no
llevaba ropa, aunque la mayor parte de su piel estaba salpicada con manchas
negras. Croft hizo otro disparo ensordecedor y le dio en un ojo, y por fin
logró entorpecer su marcha. Ya no podía vernos, aunque insistía en avanzar con
cierta torpeza.
Clara
salió corriendo hacía el auto. Yo cerré la puerta de la casa; no quería que esa
cosa toque el lago de líquido negro.
—¡Vamos!
¡Al auto! —exclamé.
No
tardamos en estar todos adentro. Esta vez Nick fue al asiento del conductor;
todos parecían más apurados de lo normal.
Entonces
pude escuchar otro sonido metálico. El sonido flotaba débilmente sobre nuestras
cabezas. Hablé antes de que Nick girara la llave del auto.
—¿Helicópteros?
¿Eso era lo que habían oído?
—Sí.
No podemos perderlos esta vez —dijo Nick, y encendió el auto.
—Clara,
¿qué hora es? —pregunté.
—Las
diez de la noche.
Dejé
caer la cabeza contra el asiento. Solo teníamos que aguantar dos horas más para
librarnos del destino escrito.
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