Caminamos
por varias cuadras; humo negro oscurecía el día. Había mucho silencio, pero un
ocasional grito nos recordaba donde estábamos. Aunque la quietud no duró mucho.
Después de casi diez calles empezaron a sonar más gritos, y se les sumaron disparos.
No pasó mucho antes de que el primer trastornado apareciese en nuestro camino. Levanté
mi arma; yo llevaba el hacha de alguien, no lograba recordar de quién. El corte
en la mano me había hecho dormir demasiado.
Efectivamente,
el horror corrió hacia nosotros. Mientras todos nos poníamos en guardia, Clay
se derrumbó junto a un auto. Pudimos ocuparnos del deforme después de varias
apuñaladas y cortes, pero enseguida venia otro. Me giré para buscar a Clay,
solo para verlo arrastrándose hacia el otro lado de la calle.
—¡Volvé,
idiota! —grité, sin que él reaccionara. No tenía sentido; parecía que no escuchaba
todo lo que estaba pasando.
Mire a
Nick, quien me indicó que la criatura que se nos acercaba había ganado un
amigo. Nos preparamos para recibirlos, cuando un ruido metálico llamó nuestra
atención. Clay se estaba arrastrando bajo una reja de metal. Por el final de la
calle, en el horizonte, otras tres de esas cosas se estaban sumando.
—¡Nick!
—exclamé, señalándole el negocio con la persiana de metal. Clara ya se había
dado cuenta, y corría hacia la tienda de ropa.
Corrimos
rápido, tirándonos al suelo y tratando de deslizarnos para entrar. En cuanto
pasamos, cerramos la persiana y quedamos a oscuras adentro del local. Oscuridad
penetrante.
Clara se
puso a revisar a un Clay inconsciente, mientras Nick exploraba el lugar para
ver si era seguro. Lo era, aunque no había luz.
Tomamos
varias franelas y apoyamos a Clay en ellas para que descansara. Después de
discutirlo brevemente, acordamos esperar a que Clay despertase.
Pasado
un rato Nick se puso a mirar por las ventanas, Clara descansaba en otro montón
de ropas y Clay seguía sin despertar. Busqué comida detrás del mostrador, sin
éxito. En cambio, encontré un cuaderno y un lápiz. Pensé en hacer un diario
como el amigo de Clara, pero abandoné la idea al instante. Tal vez por fin iba
a poder escribir mi novela de ciencia ficción. Pero miré la hoja en blanco por
cinco minutos y decidí seguir el camino de Clara. Descansé los ojos; no había
dormido nada la noche anterior.
La Pequeña BlueStar se encontraba minando un
grupo de asteroides cuando fue encontrada por la Battlestar Enterprise, la nave
estrella de la flota del Conglomerado Tehenico. El resultado de la batalla era
obvio. La Enterprise lanzó un par de misiles de alerta que eran suficientes
para batir a toda la BlueStar y su tripulación de cuarenta hombres.
La sala de mando se encontraba a oscuras; la
mitad de la energía en la nave se había perdido después del impacto. Oscuridad
penetrante. Los cristales de las pantallas rotas rodeaban toda la sala, junto
con sillas y mesas volteadas en todos lados. Nadie podía recogerlas; en la sala
solo se encontraban el capitán y su segundo al mando, Samwell, discutiendo sobre
la situación. Junto a ellos, los otros dos miembros de la tribulación más
fieles los miraban.
—¡Es inútil! —Gritó Samwell—. Nuestras armas
no les harían ni cosquillas. Vámonos antes de que se les acabe la paciencia.
—Todavía tengo gente en los asteroides, y
esta es una zona libre.
—No lo es para ellos, Capitán. El
Conglomerado no tolera la minería que no aprobaron. Tenemos suerte que no nos hayan
destruido inmediatamente; vámonos de una vez.
—¡El Conglomerado! Por Dios. Desde que el Imperio
cayó hay republicas, conglomerados y uniones en todos lados. No voy a irme por capricho
del Viejo.
—No es momento para rencores, señor —insistió
Samwell—. En realidad, debería estar agradecido de que el Viejo lo recuerda y
decidió perdonarnos.
—No necesito el perdón de un idiota. —El
Capitán no iba a ceder—. Esta es mi nave, y no voy a irme.
Un hombre entro a la sala de mando con prisa.
Sus botas terminaron de quebrar los pocos vidrios que permanecían completos
para cuando se acercó al Capitán y Samwell.
—Señor, el resto de los hombres tomaron la
nave de escape. Están esperando por usted para abandonar la BlueStar.
—Deciles que se vayan. Esta es mi nave. Por los
caprichos de un viejo…
El hombre dudo unos instantes, pero corrió de
nuevo fuera del cuarto. El Capitán estaba seguro de que él también lo
abandonaría.
—Vos también, Sam. Andate.
—Sabés que no voy a hacerlo —dijo Samwell. Los
otros dos tripulantes tampoco se movieron. Segundos después, la alerta de un
mensaje entrante empezó a sonar.
—Es la Enterprise —dijo el Capitán—. Es el Viejo.
No había pantalla intacta para mostrar una
imagen, pero los altavoces aun funcionaban y, cuando la alerta se detuvo,
empezaron a emitir la voz del Viejo. Habló lentamente, como siempre lo hacía, enfureciendo
al Capitán.
Sam miró por la ventana. La hora del rescate
había pasado. La nave de escape era un pequeño punto blanco en el espacio.
—Entonces, ¿no se van a ir? —preguntó el Viejo.
El Capitán no respondió.
Samwell miró a su capitán. Ya se lo había
dicho diez años atrás, cuando había puesto un pie en la BlueStar por primera
vez. “Hasta el final con usted, mi señor”. Y ese era el sentimiento más
importante.
—Oh, bueno —dijo el Viejo—. Todos se van a
morir.
Cuando
Nick me despertó, encontré la hoja de mi futura novela llena de babas.
—Se
levantó Clay —me explicó—. Ya es mediodía.
—¿Qué vamos
a hacer? —pregunté.
—No sé,
vamos a discutirlo con el resto.
—Sí,
dejame ir a limpiarme la cara.
Clay y
Clara estaban hablando sobre algo, y afuera había silencio total. El baño
estaba en un pasillo detrás del mostrador. Seguía oscuro, pero pude encontrar
la canilla y escuché cómo corría líquido.
—Obvio
—murmuré. Regresé con los demás; Nick estaba preguntándole a Clay qué le había
pasado en la calle.
—Clara,
¿Te acordas de tu predicción sobre el agua? —le dije—. Adiviná.
—¿Eh?
—Está
igual que siempre.
Clara solo
me ignoró, poniéndose a escuchar a los demás.
Discutimos
que hacer, debatiendo si debíamos quedarnos ahí hasta la tarde. No presté mucho
cuidado a la discusión; toda mi atención estaba en el baño. En el lavamanos, en
el ruido que había hecho ese espeso liquido negro al salir de la canilla. No
podía decirles a los demás. No podía hacerlo.
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