jueves, 13 de febrero de 2014

Dos Noches de Verano — 11 — Croft: Que caiga la sangre

>Croft: Que caiga la sangre.

Luego de haber sido atacados por la noche decidimos bloquear las ventanas. Tapamos las del segundo piso con tablas de madera, y me pinché un dedo. Con las del primer piso usamos muebles, y me aplasté otro dedo. 
Al terminar la tarea y curarme mis deditos nos fuimos a dormir. O eso intenté. A las dos horas de mirar el techo, me levanté y fui a buscar agua a la cocina.
Bajé las escaleras lentamente para no despertar a nadie, y llevé mi pistola aunque solo me quedase una bala. De todas formas, no era posible que entraran más deformes; habíamos bloqueado todo. De hecho, apenas podía ver en la oscuridad del primer piso. La única luz era la que entraba por la pequeña ventana de la puerta. 
—Oh —murmuré. La poca luz que había desapareció cuando una silueta se proyectó por debajo de la puerta.
Había alguien del otro lado. Unos segundos después, la puerta se empezó a abrir despacio, mientras corazón latía al máximo y me preguntaba ahora qué. 
—Uh… —dijo un hombre alto, mientras pasaba adentro y me miraba. Llevaba un bate en una mano. Prepare mi pistola detrás de mí. El hombre se aclaró la garganta—. ¿Estás solo acá? 
—Sí —solté, y no me dio tiempo de continuar cuando se lanzó hacia mí. Usó su bate, y me tiro al suelo con el primer golpe. Gruñí del dolor.
—¡Es uno solo, entren! —gritó el hombre, mientras sacaba un cuchillo pequeño. Entraron dos hombres más. Cada uno llevaba a algo para golpearme, aunque no sería necesario, porque el cuchillo ya venía hacia mí. 
No tenía alternativa. Use la palma de la mano para parar el cuchillo, levante mi arma y dispare en su pecho. El intruso se tambaleo hacia atrás, mientras yo me ponía de pie hacia las escaleras. 
—¡Ah, mierda! —Gritó uno de los que habían entrado, mientras su amigo se desplomaba. El otro me agarro antes de llegar a las escaleras, y me empujo. Caí sobre una mesa de vidrio, rompiéndola en mil pedazo. Si eso no había despertado a los otros, estaban muertos ya. 
Exclame de dolor, y apunte a los extraños con la pistola. No podían saber que estaba vacía.
—Fuera. Fuera o disparo —dije, mientras me levantaba y me volvía a dirigir hacia las escaleras. 
Mi acto no los asustó. Uno se puso a revisar a quien había disparado, y el otro corrió hacia mí. Con un manotazo me quitó la pistola, y enseguida empezó a tratar de dispararme. Salí corriendo hacia arriba. 
La primera habitación era la de Clay. Me saque el cuchillo de la mano, haciendo que varias gotas de sangre cayeran al suelo. Clay ya estaba despierto, y me preguntó qué pasaba. 
—Abajo…. Gente… Vienen para acá —balbuceé. Estaba agitado; sentía que el corazón se me iba a salir. Obviamente, la mesa de vidrio no había ayudado. Podía sentir como me mareaba más y más, hasta que todo se puso oscuro.

Lo último que vi fueron los pies de Clay sobre una mancha de sangre. 

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