lunes, 11 de noviembre de 2013

Dos Noches de Verano — 3 — Nick: Entrar en la casa

>Nick: Entrar en la casa.

Nadie estaba esperándolo. Nadie pudo prepararse, nadie podía prevenir algo así.
Había empezado dos días antes.    
El domingo todo había sido normal. Me había encontrado con Jack, nos juntamos a tomar algo y volví a casa un poco borracho. Sabía que no podía presentarme en el trabajo en malas condiciones, así que me había vuelto del bar temprano. Eso había sido todo. Entonces, así como así, al día siguiente se desencadenó todo. Pasó de un momento a otro, como cuando el despertador interrumpe un sueño placido.
Estaba en el quinto piso de las oficinas de Lagorod, haciendo papeleo. Había dejado mi último trabajo por el bien de mis nervios, pero la Ciudad había sabido encomendarme el trabajo que más se ajustaba a lo que necesitaba. Una oficina, un lugar que siempre sería tranquilo. Y pagaba bien; Lagorod era la empresa más importante de la ciudad.
Pero ese día no era tranquilo. Noté que todos se habían puesto de pie y estaban corriendo, alejándose de la puerta del ascensor. No podía entender que pasaba, pero me levanté también. Todo era un tumulto. Entendía que había una emergencia, pero, ¿qué…? De repente, más gritos. Alguien puso una mano sobre mi hombro. Mi compañero del cubículo de al lado, hablándome por sobre los gritos. Exclamó que buscáramos otro camino… que esas cosas también estaban atrás.
—¿Quiénes están atrás?
Pude ver la respuesta yo mismo. Un grupo de personas cayeron al suelo, y presencié lo que les había saltado encima. Gente deforme, errónea, como vistas en un espejo de circo; con pedazos carnosos sobre el cuerpo y extremidades deformadas; estaban estirados, fundidos o contraídos tanto que ni siquiera parecían personas en ese punto. A una de ellas le faltaba todo el rostro, y su cuello se unía a su hombro como si su piel se hubiera derretido. Otra tenía un brazo excesivamente largo; llegaba hasta el piso y parecía en descomposición, atravesado por un agujero que dejaba ver la oficina del otro lado. Se movían como animales salvajes, rabiosos, y perseguían a la gente con furia. Tiraban mesas y sillas en su camino, y todo el mundo corría. Sin entender aun qué estaba pasando, me di vuelta y empecé a correr hacia la puerta de las escaleras. Concentrado solo en mis pies, empezaron a llegarme más sonidos de mis alrededores… sonidos que venían de afuera del edificio. Gritos. La gente abajo estaba gritando. Por un instante desesperado pensé en quedarme en las oficinas, pensé que abajo solo habría más salvajes. Pero logré entender que ahí íbamos a estar encerrados. Salté por encima de una mesa y crucé el espacio hacia la salida.
Tomé las escaleras. Noté que alguien me llamaba al celular, pero lo ignoré. Quería ignorarlo todo. No parecía haber nadie en las escaleras, y empecé a bajar… hasta que vi a un hombre que parecía haberse caído en un apuro. Me acerque a él. Estaba boca arriba, sin moverse. Muerto. Lleno de pánico, mi mente llegó a preguntarse si pudo haber muerto solo por un tropiezo, y entonces miré la gran herida en su cuello, y mi mano se empapó con su sangre. Bajé corriendo, solo corriendo hasta llegar abajo y abandonar el edificio.
Justo como había escuchado, las calles estaban peor. Una masa de gente llenaba el camino corriendo, con esas cosas saltando sobre los autos y las personas. Como tigres con piel humana. Saltaban sobre las personas y las despedazaban, como indignados ante los que podían seguir siendo normales… ¿De dónde habían salido? ¿Qué había pasado? No podía entenderlo. Bocinazos de autos, estruendos y más alaridos cubrían la escena y me hacían perder el juicio. ¿Qué hacer? Seguí corriendo. Solo corrí, corrí y corrí, ignorando a las personas muriendo a mí alrededor. 
Antes de que me diera cuenta el sol se había escondido. Me había ocultado en una estación de servicio, esperando a que la situación se calmara. Todo fue un frenesí de caos durante las primeras horas, pero las criaturas parecieron calmarse medio día después. Y tomaría un día más para que las autoridades entraran en acción. De repente, mi celular volvió a sonar. 
Era Jack. Se encontraba bien. Contesté el servicio de mensajería. 

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JD: nik 
JD: nick 
NS: ¿Jack? ¿Dónde estás? 
JD: en un refugio 
JD: podes creer lo que paso? 
NS: No. Esas personas… aquellas cosas… 
JD: si 
JD: ya se. no son solo cosas, no pueden serlo 
JD: nick 
JD: tenemos que reunirnos 
NS: Sí. 
JD: siento que todo el mundo se fue al diablo. entraron en mi casa 
NS: ¡¿Qué?! 
JD: si 
JD: pero pude pasar por la estacion 
JD: agarrar algunas cosas 
JD: cosas como armas 
NS: No. 
JD: tengo una para vos 
NS: No. No. Sabes que no puedo… No voy a usarlas. 
JD: vas a morir 
NS: Me parece bien. 
JD: da igual. tambien agarre un arma de mano. eso también sirve. 
NS: Cielos. ¿Dónde estás? ¿Dónde podemos encontrarnos? 
JD: ya va a anochecer. juntemonos mañana 
NS: ¿Qué son…
NS: qué… qué paso? 
JD: son criaturas del demonio 
NS: ¿De que estas hablando? 
JD: esto es un castigo, nick 
NS: Jack, estás loco. 
JD: no, es obra del señor 
NS: No. 
JD: de dios. 
NS: ¡No! Estás loco. 
JD: idiota… 
JD: tnego que irme. 
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Y Jack se desconectó. 
Él y yo habíamos sido amigos por largo tiempo. Jack trabajaba en la estación de policía, y yo había servido junto a él; no había nadie en quien confiara más. Deseaba que el día siguiente llegara pronto para encontrarnos, aunque lo último que había dicho me preocupaba un poco. Ese día pasó sin más alarmas, sin que ningún desfigurado me encontrara. 
Me encontré con Jack al día siguiente. Resulto que el arma de mano a la que se había referido era un hacha; definitivamente no era lo que había esperado. 
Fue por esa tarde cuando dieron el anuncio: iban a organizar un rescate en dos días. Iban a llevarse a los ciudadanos en helicópteros; a todos los que llegaran a la zona norte de la ciudad. Ya sabíamos a donde debíamos ir. 
—Creo que entiendo a esas cosas —dijo Jack—. Te persiguen si te les acercas, pero si no, se quedan pastando o algo así. Creo que tienen que olerte. 
—Hum. Sobre lo que dijiste antes… —dije. 
—Estoy completamente seguro, amigo. Estas cosas vienen de ahí abajo, del infierno. 
Me quede mirándolo. 
—Creo que… —empecé a decir, pero Jack me interrumpió.
—Estoy completamente seguro. No son de la tierra. Hay una extraña sensación cuando estas cerca de ellos… como un zumbido… que se te mete en la cabeza y te revuelve los pensamientos… 
—Basta. Deja de hablar. No quiero que sigamos con este tema. 
Jack debía estar fuera de sí. No podía ser cierto. Traté de ignorar la idea, ignorar todo el tema. Era verdad que sentía un malestar en mi estómago desde que todo se había ido a la mierda, y podía ver que Jack también lo sentía. Esto me llenaba de terror, pero no podía entenderlo, y quería dejar de pensar en ello. Seguimos camino sin hablarnos. 
Por suerte, él era tan ágil como de costumbre. Comenzamos a movernos para arriba en la ciudad, cruzando los autos sin detenernos, saltando sobre la gente tirada sin mirarla, sin pensar en que eran cuerpos; avanzando como uno. Hacía tiempo que había dejado la fuerza, pero aun recordaba mis instintos. Cada uno entendía lo que el otro estaba pensando y actuaba acorde. 
Pero no pudimos evitar a las criaturas por completo. Estábamos cruzando una esquina cuando se nos apareció una, un hombre anciano. Se paró frente a nosotros y rugió con una boca que sobresalía desde lo que debía ser su cabeza, pero que no era más que un tumor encima de su cuello, una protuberancia sin ojos ni nariz ni orejas. Por lo demás, solo parecía un viejo, que usaba ropas de tela gastada que le quedaban grandes para su talla. Sin esperar a más, Jack le disparó, pero el viejo ni pareció darse cuenta que tenía dos agujeros más. Correteó hasta nosotros, y yo me corrí a un costado y clavé el hacha contra esa boca que tenía. El filo se hundió en su piel, como si se tratara de barro, y me invadió un hormigueo que me hizo temblar. Esa cosa soltaba un pequeño murmullo, como un aaa perezoso… y su mano huesuda se acercó a mí… Hasta que cayó al suelo, muerta, llena de agujeros de balas. 
Yo empecé a retroceder mientras Jack buscaba en su mochila para recargar sus tambores. 
—¿Todo bien? —me preguntó, sin levantar la mirada. Mi temblor estaba desapareciendo. Miré hacía el anciano. De su cuerpo fluía sangre que parecía negra.
—Sí… sí. Me asusté por un instante, eso fue todo. Vamos… 
Jack me miró directamente. 
—Ya te lo dije. —Declaró.
—Y yo dije que sigamos. 
Continuamos nuestra ruta, y solo la interrumpimos para buscar un lugar donde dormir. Veíamos bastantes personas por las calles, pero todas eran discretas y evitaban mirar al resto. Todo el mundo parecía en guardia o en shock; todos sabían que un movimiento en falso podía matarlos; una criatura podía aparecer en cualquier momento.
Nos metimos en una casa y reposamos ahí. Usamos la comida de adentro para cenar. Todo el mundo estaba moviéndose a la zona norte, y muchas casas estaban vacías.
Durante la cena Jack me conto una historia. 
—Todavía no te dije de esto —empezó—, pero yo estaba con un compañero de la fuerza cuando todo empezó. 
—¿…Murió? 
—Sí. Pero por su propia mano, Nick. “Puedo escucharlos…” 
—¿Eh? 
—“…Puedo escucharlos”, decía. “Puedo escucharlos arañar, escucharlos tratar de entrar en mi”. 
Dejé de masticar y apoyé el tenedor en el plato. ¿Qué estaba diciendo? 
—Cuando esa gente monstruosa empezó a aparecer, y la estación estaba llena de llamadas de emergencia, él empezó a hablar así. Y tras eso, cuando no pudo aguantar más, se pegó un tiro. 
Hubo un momento de silencio entre nosotros. 
—Esto, todo esto, es algo que iba a pasar tarde o temprano. Por voluntad de Él. Es todo lo que estoy diciendo. 
Fuimos a dormir en cuartos contiguos, sin hacer más comentarios. Salimos a la mañana siguiente, el último día hasta donde llegaría Jack.
Solo faltaba una hora para su muerte cuando encontramos otra de esas cosas. Saltaba sobre un cadáver, arrancando pedazos de carne de tanto en tanto, como bañándose en la sangre. Lleno de repulsión, Jack apunto hacia la mujer gorda y acabó con ella. 
En ese mismo momento, otro apareció por detrás. 
Era un hombre de pelo largo. Le faltaba camisa y su estómago se expandía anormalmente, como si fuera a explotar. Eran abominaciones, criaturas demasiado horribles para ser ciertas. Empezamos a correr, el monstruo jadeando como un maníaco tras nosotros, corriendo en cuatro patas. Sabiendo que no podíamos evitarlo por mucho más, crucé miradas con Jack y nos paramos a la vez, mientras tensaba mi brazo con el hacha extendida. La criatura se ensartó mi arma en el cuello y cayó hacia atrás, a lo que Jack abrió fuego. Dejando un charco de sangre bajo él, seguimos camino. 
Revisé mi reloj; eran la una de la tarde. Habíamos llegado a la zona alta de la ciudad; solo faltaba esperar. Encontramos una casa en una calle en subida. Tenía dos pisos y parecía sencilla, pero solo queríamos un lugar donde quedarnos. Nos paramos frente a la puerta. 
—¿Podes abrirla? —dije. 
—Solo hay una forma de saberlo. 
Asentí, entendiendo, y golpeé contra la puerta. Para mi sorpresa, la madera vieja crujió y se abrió al momento, haciendo que cayera al suelo del interior de la casa. 
—¡¿Quién mierda son?! —gritó una voz. 
Miré hacia arriba, al tiempo que escuchaba a Jack martillando sus armas. 
—¡No! —grité, y pude detener a mi amigo. 
No había porque disparar. En la casa solo había un hombre normal, agitado con razón. Era un tipo de mediana edad, con una chaqueta gris sobre un camisón blanco, y una nariz prominente. Se había agazapado contra una pared, y exhibía una navaja en posición amenazante… aunque no lograba inspirar ningún temor. 
—¿Quiénes son? ¿Qué… qué hacen acá? —Preguntó el hombre. 
Jack bajó las armas y me miró. Le indiqué con un gesto que todo estaba bien. 
—Me llamo Nick. Él es Jack —dije—. Nada más estábamos buscando refugio. Nosotros… 
—¿También escucharon el anuncio? ¿El de venir a la zona alta? —Preguntó el tipo.
—Así es —dijo Jack—. Mira, nada más queremos pasar el tiempo acá, eh… 
—Croft. Díganme Croft. 
—Solamente queremos esperar a que se haga mañana. Como seguramente vos también… vos también…
De repente, Jack cortó sus palabras. Se tomó la garganta, como si hablar le costara, y su voz se hizo un gruñido. Entonces dejó salir un grito. Soltó sus armas y se tiró al suelo, tomándose la cabeza. Empezó a revolcarse, como si estuviera sufriendo espasmos, mientras su boca dejaba salir gárgaras sin sentido. Croft y yo lo mirábamos impresionados. 
Jack se arqueó hacia abajo, y su espinazo se marcó en su espalda como si quisiera salir. Su codo izquierdo empezó a crecer, junto con la piel que lo acompañaba, resultando en un brazo deforme… Comprendí, lleno de horror, que Jack estaba convirtiéndose en una de esas cosas. 
—L…Las armas… —dije, casi en un susurro. 
—¿Qu…Qué? —Pregunto Croft. 
—¡Las armas! ¡Toma sus armas! ¡Tenemos que matarlo! ¡Ya mismo!
Croft me miró alarmado, pero hizo caso y se tiró al suelo por las pistolas. Las tomó, y mientras los balbuceos de Jack se convertían en un murmullo… un murmullo que ya había escuchado antes… Croft apuntó hacia él. 
—Es uno de los mutantes… Es uno, ¿cierto? 
—Tenes que disparar. Dispara, Croft —dije, jadeando. 
La mano de Croft temblaba, pero jaló el gatillo. Jack estaba incorporándose despacio, casi junto a Croft, y recibió el impacto de lleno. 
Jack cayó al suelo, y no volvió a moverse. Un charco de sangre empezó a salir de la herida y llenó el suelo. 
Ninguno dijo nada por un instante. 
—Jesús… —mascullé.
Se me cegó la vista, pero mantuve la compostura. Pude mantenerme en pie. Croft se acercó a mí. 
—¿Estas…? Eh… Uy, Dios… 
—Estaba equivocado. 
—¿Qué? 
—Jack estaba equivocado. No son demonios. Está en el aire… lo que esté haciendo esto tiene que estar en el aire. 
Croft me miro sin comprender, y estiro sus manos hacia mí. Tenía las pistolas en ellas. 
—Son tuyas. 
—No. No… no uso pistolas. 
—¿Qué? ¿Por qué no? 
—Es… es… No importa.       
Miré hacia el cadáver de Jack una vez más. No podía correr la mirada. 
—Dios mío… 
Lamenté la muerte de mi hermano, mientras me preguntaba si cualquiera de nosotros podía convertirse en cualquier momento. 
Y por encima de todo, sentí que ninguno iba a sobrevivir hasta el rescate. No había manera de vivir en ese infierno. Pero Croft parecía sensato. Apoyó su mano en mi hombro, y no agregó nada más. 


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