La
tormenta se detuvo luego de las doce. Ahora
era el momento de salir definitivamente. Creíamos estar libres de la predicción
de Henry.
Creíamos
estar libres del destino.
Afuera,
en las calles, el viscoso líquido negro fluía como un rio. El pasto y los
arboles estaban completamente cubiertos de negro, y el líquido aun fluía por
las paredes de concreto y de madera. Nick se cubrió la herida que le había
causado con el abrelatas, buscando evitar una infección, y nos dirigimos al
auto. No estaba muy manchado; al parecer el líquido no se pegaba a las
superficies lisas. Subimos y Nick partió, ahora hacia las puertas. Convencido
de que la profecía de Henry decía que íbamos a morir mientras esperábamos a los
helicópteros, abrumados por una congregación de monstruos, Nick había decidido
separarse de los planes.
Pero
algo me molestaba. Henry nunca había dicho eso. Henry me dijo que íbamos a
morir infectados. Y yo no creía haber comunicado las predicciones mal. Sin
embargo, no dije nada. Viajábamos en silencio. Aparte del motor, no había ningún
otro ruido. Comprobé las cosas que teníamos. Sabía que Croft y Clay tenían
armas de fuego, pero no sabía si aún estaban cargadas. Nick tenía un cuchillo,
y en la última casa yo había encontrado uno grande para carne como el que había
estado buscando. Además de eso, todos llevábamos un fierro y un abrelatas,
aunque solo el mío había probado ser útil. No estaba mal.
Todo
era silencio. Pasamos más de diez minutos así, hasta que Croft habló.
—¿Que vamos
a hacer después de salir? —preguntó, aun inseguro respecto a la idea—. No vamos
a vivir en la carretera el resto de nuestras vidas…
—Vamos
a buscar otra ciudad, algún otro lugar más seguro... —dijo Nick.
—Para mí,
cualquier lugar con esas sombras va a ser igual —respondió Croft. Entonces bajó
el tono—. Aparte... quizás ya no haya nada más allá afuera...
Nos
miramos entre nosotros. Parecía improbable, pero no sabíamos nada del resto del
mundo. Nick pareció pensar durante unos segundos.
—Acá empezó
todo —dijo al fin. Encendió la
radio del auto, buscando alguna señal que nos dijera algo.
Solo había
estática. Nick empezó a subir las estaciones sin encontrar nada más que ruido en
todos lados.
—Hay
helicópteros de rescate en la ciudad, así que debe quedar algo allá afuera… al
menos en las cercanías —nos aseguró
Nick, mientras pasaba a bajar las estaciones. Al final pareció poder entenderse
algo, pero había demasiado ruido de fondo para entender algo.
—Ah,
excelente —gruñó Nick. Apagó la
radio, y volvimos a quedarnos solo con el ruido del motor.
—Sí,
tenes razón —dijo Croft, entonces—. Esto debe ser el ojo de la tormenta. “La
Ciudad es el comienzo y será el fin”.
Nick
no respondió.
—A
estas alturas ya no importa —dijo Clay—. Si nos quedamos, vamos a morir. Lo que
será, será.
—¿Cuánto
falta, Clay? —le pregunté. Él había pasado por las puertas hacía poco.
—¿Eh? No
mucho... —Se esforzó para ver por
la ventana—. No más de quince
minutos, diría yo.
—No parecía
tan fácil salir hace unas horas… Debimos haber hecho esto antes. —Suspiré. Hice una pausa—. Así no habría muerto esa madre.
—Clara,
no te sientas culpable. Salvamos mucha gente allá en la municipalidad —dijo
Nick.
—¿Pero
sirve eso de algo si de todas formas matamos a alguien?
—Clara,
no podemos salvarlos a todos —dijo Nick—. No podemos siquiera intentarlo. Solo…
—Pero
podemos intentar no empeorarlo —interrumpí, obtusa.
—No
entramos con la intención de matarla —dijo Clay—. Créeme, no quería disparar. Pero
ella nos atacó e hizo que fuera ella o nosotros.
—…Quizá
debimos haber sido nosotros —solté—. Quizá debí ser yo.
Me
hundí en el asiento. Apenas podía cargar con mis pensamientos. Esa mujer
también había perdido a su familia a las mutaciones… Era como yo.
—Clara,
sos muy importante —dijo Nick, tratando de encontrar las palabras adecuadas—. Si
te hubiéramos perdido…
—Mi
abrelatas es lo importante —dije—. Cualquiera puede usarlo, es solo que ninguno
se anima.
Clay
me miró, desanimado. Parecía tener muchas esperanzas en mí, como si yo fuera
uno de los pocos hechos seguros que quedaban. Croft solo desviaba la mirada por
ventana, y Nick miraba por donde conducía.
—Debería
estar muerta.
Los demás
se quedaron callados unos segundos.
—Clara…
No es el abrelatas. Yo confió en vos —dijo Clay—. También nos salvaste a nosotros,
¿sabés?
—Henry
podía ver el futuro. Sabía con quien se iba a encontrar, y ya nos conocía. Pero
te dio el abrelatas a vos —dijo Nick.
—Sí
—apoyó Clay—. Confiaba en que vos ibas a usarlo bien.
Apoyé
los codos en mis rodillas y me refregué la cara.
Henry sabía.
No había hecho nada al azar. Confiaba
en mí.
Pero
cualquiera podía tomar un abrelatas y usarlo para cortar. ¿De verdad tenía algo
especial? No.
Solo había
sido porque estaba cerca.
—Clara,
bueno —dijo Nick—. Si te sentís presionada, podes pasarle el abrelatas a cualquiera
de nosotros.
Levanté
la mirada. Por el camino, a varios metros, apareció un letrero.
—> Laboratorio Químico Lagorod
—> Ruta 00
Y más
adelante, una salida. Nick giró a la derecha y entramos a un camino de doble carril.
Pensé
en lo que había dicho Nick y miré a Croft.
—Croft,
no te quedan balas, ¿no?
—Creo
que gaste casi todos los tiros —dijo—. ¿A vos, Clay...?
—A mí
todavía me quedan —Clay me miró—. ¿Estás segura?
—Sí.
Tomá, Croft. —Le extendí el
abrelatas—. Ya lo habías usado,
de todas formas.
Croft
lo tomó y se lo guardó en el bolsillo. Un
rayo iluminó el cielo, y poco después escuchamos el trueno. Frente a nosotros
estaban las montañas del borde de la ciudad. Un letrero apareció sobre
nosotros.
—> Salida a Ruta 00
Croft
suspiró de alivio.
A
nuestra izquierda, las casas desaparecieron y dieron paso a un edificio cercado
que se extendía por varios metros y del cual salían grandes chimeneas. Tenía
las luces de afuera y de adentro encendidas, iluminando todo alrededor. Debía
ser la fábrica Lagorod esa que decía el cartel; era enorme, y se extendía en la
distancia. A la derecha solo había un gran campo abierto que se perdía en la
oscuridad de la madrugada.
—La
compañía Lagorod —dijo Nick, con algo de orgullo—. Para ellos trabajo yo.
—Son
bastante importantes, ¿no? —dijo Clay, pegándose contra su ventana—. Creo que
son los únicos edificios que mantienen su energía.
—Sí,
sus fábricas están por toda la ciudad —dijo Nick—. Algunos protestan por el
humo que causan, pero yo trabajo para una de sus oficinas, no en una fábrica.
Así que no puedo sentirme mal…
—De
todas maneras, fíjate —dijo Clay, señalando hacia arriba—. Las chimeneas están
apagadas.
—Sí,
ya había notado eso. Me parece que todas se apagaron cuando empezó a pasar
todo.
De
pronto, Nick pareció tensarse.
—Ahí está.
El túnel.
Miramos
adelante. Aunque estaba lejos, la luz de la fábrica permitía alcanzar a verlo. Sin
embargo, esa era la única fuente de luz. El túnel estaba en la oscuridad; todas
sus luces apagadas como las de la calle. Nick mantuvo la velocidad, mientras
nosotros esperábamos expectantes.
De
pronto, Nick se inclinó hacia adelante y entornó los ojos para ver mejor.
Sus
ojos se abrieron como platos, se irguió y frenó el auto. No tuvimos que
preguntar qué pasaba; podíamos verlo. Estábamos a unos cien metros del túnel
cuando nos bajamos del auto.
—Puta
madre —dijo Nick.
Las
luces del edificio y del auto revelaban la entrada del túnel. Allí, por dentro,
había una gruesa reja. Completamente negra, estaba cerrada y bloqueaba el paso.
Una puerta literal.
—¿Pero
qué…? —dijo Clay, observando en
confusión.
—Esto
no puede ser cierto. Los túneles no son así... —dijo Croft. Nick empezó a
correr hacia la reja y los demás lo seguimos.
Todos
se acercaron a las barras, pero algo me detuvo. Me paré cuando estaba a algunos
metros.
—¿Que
pasa, Clara? —dijo Clay, notando
que me había quedado atrás. Los otros también se giraron hacia mí.
—No…
no quiero acercarme. Ese túnel… —algo
estaba parándome. Algo extraño. Sentía algo raro desde que había visto el túnel,
pero ahora que estaba tan cerca me sentía mal. Muy mal—. Deberíamos irnos —dije, mientras mi respiración se
hacía un poco más agitada.
—No
hay nada, Clara —dijo Clay,
tratando de calmarme.
—Qué
más da —dijo Nick—. Abramos esto y salgamos de acá pronto.
Los
tres hombres se pusieron a agitar la reja. También la patearon varias veces,
pero esta no se abría. Clay bajó la cabeza y miró al suelo.
—Por
supuesto que no se va a mover. Las barras salen del asfalto —dijo, apuntando al piso.
—¿Qué
mierda? —dijo Nick, agachándose. Se
acercó a las paredes—. Salen del
cemento… Es como si hubieran construido el túnel alrededor de la reja.
—Esto
no tiene sentido. Esta reja no estaba cuando yo llegué a la ciudad —dijo Clay.
—¿La echamos
abajo con el auto? —sugirió Croft. Pero yo aun no quería acercarme.
—Esa
oscuridad no me gusta… —comenté,
sintiendo ya miedo. Croft se giró hacía mí y luego hacía el túnel.
—Hey,
es cierto. Es como si la luz no pasase de ese punto. —Croft señaló adentro del túnel.
El auto no iluminaba tanto, pero se podía ver una línea marcada donde empezaba
la sombra.
—Dios…
—dijo Nick al verlo—. Clara tenía razón, este túnel está mal... mal...
—Es una trampa, después de todo.
Una
fuerte voz invadió el lugar.
Al
girarnos, el destino tomó forma frente a nosotros. De la calle surgieron
partículas negras, y estas se acumularon hasta formar una nube negra que
adquirió forma humana. Era una silueta de persona. Una sombra. En cuanto
apareció, la calle se rodeó de gemidos, mientras una docena de deformes
aparecían por los lados de la ruta, surgiendo desde la oscuridad y
congregándose detrás de él. Los brotados no dejaban de surgir, llenando la
calle.
—Ya es suficiente —dijo la sombra, con los alterados esperando
tras él—. Matar a uno de los nuestros, alterar el curso del tiempo. Sus poderes
son demasiado peligrosos.
Como
por señal, una fuerte corriente de aire empezó a salir del túnel tras nosotros.
—¡Aléjense! —alcanzó a decir Nick. Pero era tarde.
La negrura que reinaba dentro del túnel se agrandó, alcanzando el límite de las
rejas y casi tocándonos. De su oscuridad saltaron brazos negros, más brazos de
los que podía contar… Y atraparon a los demás, sujetándolos contra las rejas.
Yo era la única que se había mantenido alejada.
—¡Clara,
cuidado! —me gritó Clay.
—Y vos, nena —escuché.
Al
darme vuelta, me encontré paralizada frente al mayor de mis temores.
—Vos, en
especial, trajiste caos.
La
sombra estaba mirándome a la cara. Y yo no pude hacer nada. No podía correr, no
podía pelear, no podía pensar. Sin el abrelatas, sin el arma, yo no era nadie.
La
sombra extendió su brazo y puso su larga mano alrededor de mi cuello.
—Hablá. ¿Quién sos? ¿Por qué posees aquel
arma?
—¡No digás
nada, Clara! —exclamó Nick—. Resis… —La
sombra extendió su otro brazo hacía el túnel, como dando una orden. Enseguida, la
oscuridad cubrió se extendió hasta cubrir la entrada del túnel, silenciándolo
todo.
—Respondeme —ordenó entonces.
—N-No
soy nadie… —logré responder. Pero
la sombra afianzó su mano.
—Los seguimos por el espacio. Observamos cómo
tu arma era inmune a nuestros efectos y la seguridad con la que la usabas. Voy
a preguntar de nuevo —dijo, acercándome
a él—. ¿Quién sos? ¿De dónde sacaste el arma?
Tenía
que esforzarme para poder respirar. La sombra me miró de cerca, esperando una
respuesta, pero no dije nada, no podía decir nada más.
—Puedo enviarte al vacío hasta que quieras
hablar. No tendría problema en esperar hasta el fin de los tiempos. Si me respondes
ahora te voy a matar de inmediato. —Entonces
apretó aún más fuerte.
Empecé
a perder la consciencia. Trate de zafarme, tomarlo del brazo, pero mis manos
solo lo atravesaban como si fuera niebla. Había alcanzado el cuchillo de cocina
en mi bolsillo, pero no servía.
—¿Perdiste el arma? Ya veo. Estás indefensa
sin ella. De verdad no sos nadie. Pero eso no te salva. —Empezó a acercarme a él—. Nos
vemos en unos años.
Con
algo de consciencia aun, bajé mi mano al otro bolsillo… Y trate de dañar a la
sombra con el abrelatas de Croft.
Pero
me soltó antes de poder tocarlo, empujándome hacía tras. La sombra me sujeto de
la muñeca, tomando el abrelatas. Con cuidado, acerco su otra mano y lo toco
ligeramente.
—Qué basura —dijo,
percatándose de que era falso. Lo lanzó a un lado y me miró. Me golpeó la cara
con fuerza, haciéndome caer. Se postró sobre mí, poniendo sus manos entre mi
cara y empezando a extender su negrura hacia mí. Quería absorberme. En eso, sin
embargo, los sonidos del túnel volvieron.
—¡¿Que
te crees qué hacés?! —grito Croft, mientras corría libre junto a Nick y Clay.
Habían cortado la oscuridad del túnel con el abrelatas real.
La
sombra atacó a Croft con su brazo, pero él lo cortó sin dificultad. De la
sombra, el Eldritch, brotó vapor negro, y me soltó. Dio un paso atrás para
alejarse de Croft, pero este fue tras él.
—¿Estás
bien? —Me preguntó Clay, agachándose a mí lado—. ¿Clara…? —Asentí apenas con la cabeza, y le
señale hacia adelante. Clay entendió y se levantó.
Los
deformes venían por nosotros.
—Son personas
comunes… no son muy fuertes ni muy rápidas —comentó
Nick, hablando con prisa—. De
todas formas… fue un gusto, chicos. —Y
con eso, se posicionó entre las abominaciones y yo.
—Debí
haberme ido a estudiar a Europa —dijo
Clay, permaneciendo en su lugar y esperando que los monstruos lleguen. A unos
metros de nosotros, Croft seguía cortando a la sombra con el abrelatas.
Y sobre
el asfalto, en el suelo, me encontraba yo, sin poder hacer nada. Apenas
respirando.
Cerrando
los ojos, oí como Nick y Clay me protegían de la oleada de abominaciones. Los
dos se mantenían alrededor mío mientras iban girando, cortando a lo que se
acercara. Nick usaba su cuchillo y Clay disparaba su arma, pero apenas podían mantenerlos
atrás.
La
multitud de personas trastornadas avanzaban como un rebaño sin mente,
atropellándose hacia adelante mientras Nick y Clay los empujaban. En medio de
los forcejeos, Clay soltó un grito, aunque siguió peleando.
—¿Estas
bien? —pregunto Nick, alzando la
voz del otro lado del circulo.
—Solo
fue un corte…
Empezó
a sonar una risa que reverberó por el aire y empezó a desvanecerse. Cuando el
sonido desapareció, Croft se sumó a la ayuda.
—La
sombra se fue —explicó, mientras cortaba a uno de los deformes con el
abrelatas. Entonces tres más aparecieron en su lugar, y retrocedió—. ¿Cuántos
son? —Croft apenas alcanzó a decir eso antes de tener que ponerse en acción de
nuevo.
—No
sé, no pueden ser más de cincuenta —jadeó Nick—. Atacá al cuello. Pare… —Nick se calló mientras cortaba a una
mujer mutada—. Parece
debilitarlos —terminó.
—¿Es idea
mía o parecen un poco… predecibles…? —dijo Clay.
—¡Clay,
fijate! —Nick corrió enfrente mío
y atacó a uno de los monstruos que se había acercado a mí. Pude oír como líquido
negro caía a centímetros de mi cara, y entonces abrí los ojos. Las
abominaciones nos rodeaban y había muchos charcos de líquido negro en el suelo.
Intenté
levantarme, pero ya no tenía fuerzas. Nick notó mi estado y soltó una
maldición.
—Vamos…
—dijo Clay—. Solo hay que resistir un rato más…
Pero
no tenía caso. Noté que dentro de nuestro círculo empezaban a aparecer
partículas negras.
—Pierden su tiempo. —La sombra se materializó desde el
suelo, cerca de mí. Confesá tus secretos, Clara. No podes
escapar del vacío.
Croft se
dio vuelta y atacó a la sombra con el abrelatas, pero esta se desvaneció antes
de que Croft lo alcanzara.
—Sabe
mi nombre… —balbuceé. Las manos
empezaron a temblarme, y sentí un fuerte escalofrió. Eso no iba a salir bien…
Entonces,
Nick soltó un grito. De todo lo que podía haber sucedido, vimos lo peor. Nick
se había manchado el cuerpo con líquido negro, y… y había alcanzado su herida.
—No… —musité. Se había infectado por la
herida que yo le había hecho. Lo había matado, había matado a Nick con el
abrelatas.
—No —dijo
Croft, sin poder creer lo que veía.
—Nick,
no… —dijo Clay.
Y él
me miro, por un momento. Fue como un golpe en el pecho. Bajé la vista al suelo…
y me puse a llorar. No pude hacer nada más que eso. Ni siquiera podía mirarlo a
los ojos.
Nick
gritó una vez más, enfurecido. Se tiró contra los deformes y empezó a cortarlos
como un salvaje. Derribó a varios, pero los monstruos empezaron a apilarse sobre
él, y…
—¡Aléjense,
hijos de puta! —gritó Clay.
Clay y
Croft corrieron a ayudar a Nick, barriendo a las criaturas por detrás, tratando
de alcanzarlo.
Pero
solo alcanzamos a oír los gritos de dolor de Nick. Y los gritos al final se
detuvieron. Entonces, los monstruos se giraron hacia Clay y Croft.
—Son
solo diez, son solo diez… —dijo
Clay, tratando de calmarse.
Empezaron
a golpear contra esos monstruos, retrocediendo hacia mí. Derribaron a dos y
siguieron con el resto. Luego fueron tres y cuatro. Por un momento pareció que
lo iban a lograr. Entonces... los pasos.
—¿Qué
es eso? —dijo Croft, dando un paso atrás y mirando más allá de los monstruos.
—¿Qué
cosa…? —Empezó a decir Clay, pero
se quedó atónito. Atrás del grupo, una persona se alzaba por sobre las otras,
dando pasos fuertes y ruidosos mientras sonreía. Era un gigante jorobado, y su
cara parecía severamente dañada, incongruente… Cómo si dos cuerpos, o más de
dos, se hubieran derretido en uno solo. Nos doblaba en altura, fácil, y sus
pasos largos lo hacían avanzar más rápido que las otras abominaciones.
—Clara,
corré. Levantaté y corré —dijo Clay, mientras levantaba
su pistola.
¿Pero
yo? Todo lo que hacía yo era llorar como una tonta, sin hacer nada.
Recordé
cuando Nick volvió al edificio luego de su visión. Recordé cómo me había creído
antes que todo el resto…
Te creo.
Oí los
disparos y volví a la realidad. Croft me había alzado y estaba alejándome de
las abominaciones que quedaban. Mientras tanto, Clay le disparaba al gigante en
los pies, tratando de hacerlo caer.
—Clara,
por favor. Movete. —Me dijo Croft. Apoyando los pies en el suelo, empecé a
caminar con dificultad.
Croft pudo
dejarme, y se giró a enfrentar a las abominaciones. Entonces oímos el fuerte golpe del gigante a caer contra el suelo. Se
desplomó frente a Clay, y este corrió a ayudar a Croft. Pero el gigante lo
alcanzo con su largo brazo, sujetándole un pie. Con un movimiento, alzó a Clay
en el aire.
Mi abrelatas es lo importante, había dicho en el auto. Pero
Clay había respondido otra cosa.
Clara… No es el abrelatas. Yo confió en vos.
Croft
mató a los tres deformes que quedaban. Mientras tanto, el gigante se arrastraba
hacia nosotros, con la misma sonrisa todo el tiempo. A su lado se encontraba el
cuerpo de Clay. Permanecía inmóvil, quieto sobre un charco negro, aunque este
empezaba a tornarse rojo. Atrás suyo yacía el cuerpo negro de Nick.
—¡Estamos
libres, Clara! ¡Hay que escapar ahora! —Croft corrió hacia mí y me volvió a
tirar del brazo derecho. Pero yo no me movía, miraba el cuerpo de Clay sobre el
asfalto—. Hay que llegar al auto, Clara. Por favor, antes de que vuelva…
Como
si eso me hubiera dado mi señal, corrí la mirada y miré hacía un punto vacío en
mi izquierda. Era como si ese punto me alcanzara. En efecto, pronto ese lugar
se cubrió de puntos negros… y la sombra se materializo allí mismo. Croft me soltó
y levanto el abrelatas.
—Pudieron con todo. Son persistentes —dijo la sombra, Croft mirándola fijamente—. Podemos terminar con esto rápido
si empezas a hablar, Clara. O podemos seguir. Todavía no terminé.
Croft corrió
hacia la sombra, pero fue como la vez anterior. Esta se desvaneció en el aire.
Entonces,
los monstruos empezaron a moverse de nuevo. Como títeres, se levantaron del
suelo a pesar de que los cuerpos de muchos fluían sangre. El gigante se puso de
pie. Aunque torpe, se dirigió hacia nosotros junto al resto.
Croft cayó
al suelo de rodillas. En su rostro había una expresión de horror. Se refregó la
cara con las manos y sacó la pistola que traía. La lanzó a mis pies, y volvió a
alzar el abrelatas.
—Henry
tenía razón. Tenía toda la puta razón. No escapamos del destino.
Contemple
la pistola unos momentos, aunque las lagrimas apenas me dejaban verla.
—Podemos
correr, tomar las llaves del auto y salir de acá —empezó a decir Croft. Los
monstruos no dejaban de acercarse a nosotros, arrinconándonos contra la pared
de la fábrica—. Pero nos alcanzarían de todas maneras. Nos alcanzarían aunque Henry
hubiera estado acá.
Levanté
la pistola, apuntándola a mi cabeza con el dedo en el gatillo. En ese momento comenzó
a sonar un pitido agudo.
Croft
se encaminó hacia las abominaciones reanimadas. Hice presión en el gatillo.
Pero,
a fin de cuentas, no podía jalarlo. Ni siquiera podía hacer eso. Ni siquiera podía
ocuparme de mí misma. Y con eso tiré el arma a un lado. Me derrumbé en el suelo
y empecé a refregar mi cabeza contra el asfalto, frustrada.
Oí los
gritos de Croft, pero no duraron mucho. Tras eso, las abominaciones vinieron
por mí. Iba a morir sola, algo que me había aterrado toda mi vida. Morir sola.
Me dolía
la cabeza.
El
pitido no dejaba de sonar. Si fruncía los ojos, parecía que había vuelto a ser
una nena de nuevo. Si fruncía los ojos, parecía que la ruta se convertía en una
iglesia.
Había
ido a una iglesia de chica. No había ningún ruido, y el sol brillaba en lo
alto.
Pero
las abominaciones me seguían hasta ese lugar. La sombra también estaba ahí, liderándolas,
y se acercaban hacia mí. Empecé a pedir ayuda, desesperada. No sé a quién
rogué; no recé al dios cristiano, no recé al dios griego ni a ninguna
divinidad. No podía pedir ayuda a Henry ni a nadie más. Porque estaba sola.
El
pitido se hacía más fuerte. El dolor se hizo insoportable, y me puse en posición
fetal.
—¿Por qué tenes esa arma? —preguntaron.
—Me la
dieron sin saber lo que era —respondí.
—¿Quién te la dio?
—No
importa. Está muerto.
—Ya veo. Pensé que eras alguien. Me equivoqué.
En
medio del dolor, abrí los ojos y miré hacia arriba. El gigante estaba entre las
abominaciones que me rodeaban. Estaba mirándome, sin ninguna expresión. Intenté
escapar a los brazos de mi madre, pero no pude. Intenté esconderme en el fin de
los tiempos, pero no pude. Intenté empezar mi vida de nuevo, pero no. No podía
irme de ahí.
¿Ese
era mi destino?
—Morí.
El
gigante levantó su brazo y lo dejó caer. Cerré los ojos y, antes de sentir algo
más, la oscuridad pasó a ser blanca.
Un
hermoso, profundo blanco.
—Ella,
¿qué te paso? ¿Por qué estas llorando?
Mi
mamá encendió la luz de mi habitación y se acercó a mi cama. Ahí estaba yo,
llorando desconsoladamente.
—¿Tuviste
una pesadilla? —pregunto mamá. Sin
poder hablar debido al llanto, asentí con la cabeza. Mi mamá extendió los
brazos hacia mí y me abrazó.
—Tranquila,
tranquila. Ya paso.
En ese
entonces solo tenía ocho años. Solo era una nena.
Luego
de unos minutos, por fin pude dejar de llorar. Para ese entonces, mis lágrimas ya
habían empapado mi pijama y mis sábanas.
—¿Estás
mejor? —me preguntó.
—S-Sí
—tartamudeé.
—¿Podes
contarme qué pasó? —dijo mamá,
mientras se sentaba a mi lado en la cama. Todavía me dolía la cabeza, así que
tarde un momento.
—Soñé
que… que… —Respiré hondo,
mientras trataba de recordar sin ponerme a llorar de nuevo—. Soñé que nos moríamos.
—¿Nosotros?
—Sí… Y
mucha gente más… Por todos lados, y al final… —Sentí
un dolor en el pecho como el que había sentido mientras soñaba. Aun escuchaba
aquel pitido—. Al final nos
alcanzaron… Los monstruos… y nos mataron.
—Por
Dios... —dijo mamá, más
preocupada—. Tranquila, bebe, solo fue un sueño. No fue real…
—Parecía
demasiado real…
—Pero
ya pasó. Ahora estas acá, conmigo, ¿no?
—Sí.
—Bien…
¿Querés que duerma con vos esta noche? —preguntó,
y yo asentí con la cabeza. Mamá se levantó y apagó la luz.
El corazón
empezó a latirme con más fuerza. La oscuridad me recordaba mucho a la
pesadilla, pero el miedo no duró mucho. Yo era una nena valiente; ya empezaba a
olvidar la pesadilla. Ningún miedo duraba mucho en la ciudad. Mi mamá no tardó
en volver y acostarse a mi lado. La abracé y ella hizo lo mismo.
—Pero
solo va a ser por hoy, no quiero que te malacostumbres —me advirtió. El dolor de cabeza empezó
a aliviarse, y no tardé en quedarme dormida de nuevo.
Estaba
en la sala de clases, sentada en mi mesa. La profesora enseñaba algo, pero yo estaba
confundida. No recordaba cómo había llegado ahí. Miré mi cuaderno; tenía
algunas cosas escritas.
De
pronto, recordé todo lo que había pasado.
No,
no. Sacudí mi cabeza. ¿Qué había sido eso? Yo parecía mucho más grande. Pero yo
solo tenía ocho años. Mamá me había llevado a la escuela después de dormir con
ella.
Miré
alrededor de la sala. La mitad de los chicos estaban escribiendo, la mitad estaba
en otra cosa. Y desde afuera, los sonidos de la ciudad.
Miré
el reloj blanco que había sobre la pizarra. Eran las 04:43 de la tarde. Había
algo en ese reloj. Seguí mirando fijo hasta que el segundero pasó al siguiente
minuto. 04:44 con dos segundos, con tres segundos…
Con
cinco segundos… Nueve… Diez…
Empecé
a ponerme tensa.
Once… Doce…
Doce…
Doce,
doce, doce, doce, doce.
No
avanzaba más. El segundero pasaba al trece, pero volvía atrás una, y otra, y
otra vez.
Y recordé
mí pesadilla. Todo. El circulo transparente en la cocina. Las aves volando por
el cielo. A mí misma, parada frente a mi reflejo. La lluvia negra . Las sombras
del más allá. Por un momento sentí estar allí, y miré atrás y vi a Clay, Croft y
Nick que me observaban expectantes.
Esta
vez, el dolor de cabeza volvió con más fuerza que ninguna otra cosa que hubiera
sentido en mi vida. Dolorida, caí sobre mí mesa.
Dolorida,
caí sobre el pasto.
Dolorida,
caí sobre el asfalto.
Caí
sobre la arena, sobre el piso de mi casa, sobre mi cama, sobre una roca de las
vacaciones en el sur, sobre el sillón de la tía, sobre el escenario del teatro,
sobre un charco con agua, y tres metros más atrás y tres metros más adelante y
en todos los lugares de todos los momentos de mi vida.
Y mamá
trató de calmarme, mis hermanos trataron de calmarme, los abuelos trataron de
calmarme, mis amigos, mis profesores, mis compañeros, la gente de la calle, mis
familiares, los presentadores, los de la fiesta, el cumpleañero, Clay, Croft, Nick,
Henry. Ninguno pudo hacer nada. Ninguno logró hacer nada. El dolor solo se
hacía más grande, así que me escondí de todos los ruidos, de todas las luces,
donde ya no pudiera sentir dolor ni nadie me pudiera hacer nada.
Me escondí
en el final de mi vida. En mi último segundo.
Me escondí
en el hermoso blanco infinito, donde solo podía estar yo.
Entonces,
el dolor pasó. Me quede ahí, sola en mi propia consciencia, sin nadie que me
molestara ni me obligara a lastimar o a matar.
Al
menos, eso pensé al principio.
—¿Quién
sos? —dijo alguien. No conocía la voz, apenas podía entenderla. Parecía modulada
de forma extraña; era aguda y grave a la vez. Solo podía identificar que se
trataba un hombre.
Di
media vuelta… y allí estaba. Pero no podía verlo. Sabía que estaba ahí, pero no
podía mirarlo de frente.
Junto
a nosotros se encontraba el túnel negro. Era un agujero oscuro en medio de mi
blanco perfecto. Mi santuario se había corrompido. El dolor volvió. Ya no podía
esconderme ahí.
Escapé
y volví a mi niñez, donde había dejado.
Podía
olvidarme de todo y seguir con mi vida. Estaba a salvo si seguía normalmente.
Doce…
Trece,
catorce, quince.
Ese día
volví a casa y abracé a mamá. Todo estaba bien.
Pero a
la noche volví a tener la pesadilla. A soñar con ellos. No podía olvidarlos.
Aun así,
al día siguiente me levanté y fui a la escuela. Viví un día normal. Y al día siguiente
hice lo mismo. Estaba volviendo a vivir mi vida. Ahora sufría de dolor de
cabeza crónico y tenía pesadillas todas las noches, pero podía manejarlo. Podía
seguir así. Había escapado del vacío.
Podría
continuarlo hasta que llegaron mis veintidós, hasta que tuve mi cumpleaños en
el día anterior a la catástrofe.
Debido
a esa cercanía, nunca había podido olvidar la fecha. Deseé que no llegase nunca,
pero ahí estaba.
Entonces
volví aún más atrás, a los cuatro años, buscando escapar. No podía pasar mi
veintidosavo cumpleaños; me daba un miedo horrible. Llegar al día en que había
conocido a Henry. Él tenía la culpa de todo.
¿Por
qué había hecho eso? ¿Por qué me había dado el abrelatas a mí?
Mientras
volvía a crecer, busqué otra salida. Mejoré mis notas en la escuela, tratando
de irme a estudiar a otro país, a otra ciudad. Pero no se podía. Era imposible
hacer ciertos cambios. Cuando lo intentaba, volvía atrás exactamente a como
estaba en mis recuerdos. Estaba confinada por las posibilidades de mis recuerdos.
Y así iba creciendo.
No
importaba lo que hiciera, siempre volvía al mismo lugar. Al mismo momento en el
túnel, a la misma muerte.
Intenté
salvar a Henry. Era imposible. Intenté seguir por el norte y subirnos a un helicóptero.
Era imposible. Intente ir al túnel antes de cuando había pasado; la reja ya
estaba en su lugar, y la sombra, esperando.
Hiciera
lo que hiciera, mi destino era el mismo. No podía escapar de esa suerte.
Mi
vida llegaba hasta ese día. Podía volver atrás pero solo podía hacer lo que me
llevara a ese momento. Estaba encadenada, atrapada para siempre.
Todo
por culpa de Henry. Me había quedado atrapada ahí. Había terminado mi vida a
los veintidós años, y estaba obligada a seguir el mismo destino, siempre. Sin
ninguna razón.
¿Por
qué? ¿Por qué?
—Porque
estas atrapada en el tiempo.
Me
giré a verlo. La persona que había escuchado en mi espacio blanco, un siglo
atrás. Estaba allí, aunque seguía sin poder verlo.
Junto
a nosotros se encontraba el túnel negro. Un agujero oscuro en medio de mi
blanco perfecto.
—¿Atrapada?
—pregunté. Y el hombre empezó a explicar.
Una
larga explicación que, sin embargo, me resultaba familiar. Mientras me hablaba,
con ritmo seguro y calmado, mi mente iba dándose cuenta.
Estaba
leyéndome el fragmento del diario que había encontrado en mi bolsillo. Ese
hombre estaba diciéndome las mismas cosas que estaban en el diario de Henry.
—Se le
llama transhumanismo. Un proceso que sucede cuando dos mundos hacen contacto
—explicaba el extraño, mientras seguía hablando y llenando los espacios entre
el fragmento del diario.
Yo
creía empezar a entender, aunque a la vez parecía algo que estaba más allá de
mí.
—El
transhumanismo puede terminar creando personas atemporales, como somos vos y
yo. Este cambio es grande e importante, claro. Por lo que llama y guía
retroactivamente a su persona en el pasado hasta él. Esto puede mostrarse como
un deja vu, que es un desliz en el tiempo, o como sueños continuos. Sueños del
futuro. Cualquier persona que tenga el potencial de la atemporalidad va a seguir ese camino de una u otra forma. Una persona
atemporal se crea a sí misma, y esa es su limitación fundamental. No puede
cambiar el pasado para no crearse. Está obligada a ser.
El
hombre hizo silencio por un momento.
—Moriste
a la vez que lograbas trascender el tiempo. Solo el futuro puede cambiarse sin
restricciones. La vida que ya viviste es algo en lo que siempre vas a estar
atrapada. Podes ser inmortal por veintidós años.
—No. No
puede ser… No entiendo lo que estás diciendo.
—Sabes
que tengo razón. Ya intentaste cambiar el pasado.
Me
dejé caer al suelo. Dirigí mi vista al túnel. Permanecía ahí, estático, sin
cambiar.
—Aquella
es la Puerta. Es por donde los Eldritch están invadiéndolos, expandiendo el vacío.
—¿Por
qué estas acá? ¿Quién sos?
El
hombre se encogía de hombros. Era como si le estuviera dando el sol, aunque no
había sol. No podía centrar la vista en él.
—Ya no
importa —dijo—. Traté de advertirles, pero llegué muy tarde. ¿Sabes? Creo que
los Eldritch usaron tu ciudad como lo hicieron con la mía. Creo que la usaron
para atraer a tantas personas como les era posible… Pero supongo que eso ya no
importa.
Yo
apenas estaba escuchando. Contemplé mi situación. El vacío que tanto temía ya
me había alcanzado; había llegado en la forma de mi propia muerte. Estaba atrapada
en el tiempo, en mi propia consciencia. Mi reloj ya no podría avanzar.
Me
sentí abrumada. Sentí que la depresión de mis días finales volvía a mí. Había
evitado los dos últimos días para evitar caer en ella y recuperarme, pero, al
final, era lo único que realmente me quedaba.
Pero
sí descubrí cosas. Podía experimentar toda mi existencia. Repasar mis cambios
de ánimo y personalidad. Podía ser la niña inocente de ochos años y la mujer de
veintidós al mismo tiempo. Podía ser la yo alegre y la yo deprimida. Me di
cuenta de que había algo raro con la ciudad.
Cuando
vivía mi vida, cuando estaba con mi mamá y mis hermanos, era feliz. Incluso
cuando pasaban tragedias, era feliz. Entonces volvía a mi blanco, y la
depresión volvía. Era como si no se pudiera estar triste en la Ciudad. Casi
parecía que cuando sucedió la catástrofe fue la primera vez que tuve libertad
de estar triste… Justo cuando se apagaron las fábricas. No entendía que quería
decir todo, pero esas eran las cosas de las que podía darme cuenta.
De
todas maneras, a fin de cuentas solo volvía al final del camino.
La
sombra me había atrapado en el vacío. Si trataba de revivir el momento, hablarle
sobre el abrelatas en cuanto me lo preguntaba… solo me llevaba al mismo
destino.
Ese era
su vacío.
Me
levanté y caminé hacia el túnel. Era un círculo negro flotando en el aire. Al
acercarme sentí que mi mano se veía arrastrada en un anillo alrededor de él. Extendí
mi mano, ya sin miedo de nada. Como Nick en sus momentos finales, había perdido
la consideración de mi propia vida.
Pero
no toqué nada. Extendí mi mano al interior del agujero, pero no había nada.
—Esa
puerta pertenece a los Eldritch —explicó el hombre—. Solo ellos pueden
manipularla, y ellos controlan quién pasa. Podes saltar adentro, pero nunca vas
a alcanzar el otro lado si ellos no lo permiten.
Pase la
mano por el agujero, viendo como distorsionaba la luz, y pensé un momento. Entonces
me giré hacia el hombre.
—¿Por
qué no pasan ellos? ¿Por qué no me invadieron nunca?
—Supongo
que no les interesa. Después de todo, ya dejaron el vacío.
—No…
—musité—. No puede ser eso…
Lo
miré, usando toda mi voluntad, y pude verlo con más definición. Era un hombre
adulto y muy pálido. Usaba ropas blancas y tenía los ojos entrecerrados,
esforzándose por mirarme entre toda la luz que causaba el blanco de ese lugar.
—No es
eso —repetí.
Cuando
traté de pasar por la Puerta ellos no me habían dejado. Es decir que había algo
del otro lado. Que no estaba vacío. Eran ellos los que trataban de evitar pasar
a este lugar. Este lugar no era el vacío.
Entonces
lo entendí todo.
—Nunca
fue eso. No estoy atrapada acá.
Todo
calzaba perfectamente. Ya no era la yo deprimida. Era la yo inteligente. No,
era la yo epifanía. No, en realidad era la yo que por primera vez podía
entenderlo todo. La razón de los Eldritch, del nosotros, de la Ciudad. Miré
hacia el hombre de blanco.
—Me
llamo Ella Clara. Recordá ese nombre —dije, determinada—. Voy a arreglarlo todo.
—¿Eh?
—dijo el hombre, perdiendo la compostura—. ¿C-Cómo? Vos…
—Observa.
Podía
controlar el flujo del tiempo de mi vida. Podía ver cada posibilidad. Cada elección
dentro de elecciones, cada imprevisto. Por unos momentos pude dejar de temer lo
que Croft, Clay y Nick llamaban el destino, pues ahora yo era el destino. No
podía cambiar el pasado… evitar que llegase el momento del túnel… pero podía
decidir el futuro. Solo tenía que encararlo.
Volví
al día anterior a que comenzara todo. Era mi cumpleaños número veintidós. Volví
a mi casa, y mamá y mis hermanos estaban ahí.
—Mamá —dije, entrando a la cocina. Ella se giró hacia mí.
—¿Qué
pasa, hija?
La miré
por un momento.
—Te
quiero.
Mamá
me sonrió.
—Yo también,
bebe.
—No
importa lo pase, te voy a seguir queriendo. Recordá eso, ¿sí? —le dije. Mi vista estaba nublándose de nuevo
—¿Por
qué estás diciendo esto? —me pregunto, preocupándose—. ¿Pasó algo?
—No.
Pero por si pasa algo… recordalo.
Mis
hermanos menores entraron a la cocina. Me acerqué a ellos y los abracé.
—Eh, hey,
¿qué pasa? —preguntó Roberto, el mayor
de los dos.
—Ya me
escucharon, par de pesadillas. Lo mismo va para ustedes —dije, apretando el abrazo.
Quería
que supieran cuantos los quería. Al día siguiente iban a transformarse, y no
podía saber si les quedaba algo de consciencia mientras me atacaban. Quería que
supieran que los iba a amar igual.
No podía
salvar a nadie. No había un camino alternativo para eso. Todas las muertes eran
necesarias, el dolor era lo que me había dado esa oportunidad. No podía negarlo.
Volví
al día en que conocí a Henry, y le dije que confiara en mí. Que ya lo estaba
arreglando, y él entendió. Fue entonces que agregó el detalle de que íbamos a
morir bajo una agrupación de monstruos.
Y así fue
cómo Nick supo que ese iba a ser nuestro fin. De mi vino la información. Yo
había causado todas las contradicciones.
Pude
leer el diario de Henry. Vi la página en la que estaba escrito todo lo que me
había recitado el hombre de blanco. ¿Cómo podía ser?
Henry había
visto el futuro después de su muerte. Había creído que él debía sobrevivir,
pero no era así. Lo que vio había sido mi futuro.
Solo
una de sus predicciones iba a ser falsa: no íbamos a morir.
Entonces
llegué al ahora. Al límite del pasado.
Clay,
Croft, Nick y yo estábamos agrupados en un círculo. Yo estaba de pie junto a
ellos. Los deformes nos arrinconaban, apretándonos contra la ruta. La sombra los
lideraba y, tras ellos, iba el gigante.
—No
soy nadie, Eldritch —dije, explicándole. Ahora había
una diferencia. Llevaba el abrelatas en mano. Empecé a acercarme a él—. Matame de una vez.
Clay
susurró mi nombre, confundido.
Por
orden del Eldritch, el gigante levantó su brazo sobre mí y lo dejo caer con toda
su fuerza.
Entonces,
de vuelta al blanco. De vuelta con el hombre de ropas blancas, y de vuelta a la
Puerta de los Eldritch.
—¿Qué
es eso…? —dijo el hombre de blanco.
Ahora su voz sonaba normal. Mientras más tiempo pasábamos juntos, más parecía
acostumbrarme a él, y su visión se hacía más clara.
El
hombre de blanco se esforzó por mirar hacia mí; el fulgor del abrelatas lo
enceguecía.
—Traigo
un regalo desde el otro extremo del tiempo. La razón por la que los Eldritch no
vienen acá. Este abrelatas es este lugar, este lugar los quema, los vaporiza. Este objeto es la razón por la que el
infinito es un blanco brillante.
Me
giré de vuelta hacia el agujero.
—El
reloj de mis memorias tiene el mismo fuego, mi casa tiene el fuego, mi cuerpo
tiene el fuego. Dijiste que se llamaba transhumanismo, ¿no? Todas esas
capacidades no me sirven sin un punto donde converger. En la punta de este
abrelatas converge la llama infinita de todo este lugar.
Acerqué
mi brillante abrelatas a la Puerta, a unos centímetros de ella. La luz del
abrelatas no se deformaba. No. Ahora era la Puerta la que se deformaba
alrededor de él.
—Un
abrelatas abre agujeros. Pero me parece que voy a ir más allá de eso. Voy a
revertir el flujo del tiempo, y cerrar las Puertas para que no se abran nunca.
Con este abrelatas cortó el nudo del tiempo —declaré, triunfal.
Enterré
el abrelatas con fuerza, al tiempo que una fuerza trataba de empujarme. Pero mantuve
el lugar, y pudieron oírse los gritos de los Eldritch. Mi reloj empezó a
retroceder. Las 04:44 con doce segundos, con once, con diez, con nueve…
El
blanco infinito empezaba a desaparecer.
—¿Cuál
es tu nombre? —grité al hombre, apenas
logrando escucharme a mí misma.
—Apenas
lo recuerdo. Pero sé que alguien, hace mucho tiempo, me llamo Walter.
—Walter…
Gracias por tu ayuda. —Le sonreí, y me volví hacia
el agujero.
Empecé
a mover el abrelatas en sentido anti horario. El agujero empezó a cerrarse, al
tiempo que el abrelatas se oxidaba y se dañaba.
Tres
segundos, dos, uno; 04:42. Cincuenta y nueve segundos, cincuenta y ocho,
cincuenta y siete…
El líquido
negro empezó a brotar desde el agujero, y llego hasta una de mis heridas, infectándome.
Pero ya no importaba. A esas alturas no podía hacerme nada.
Cuarenta
y seis, cuarenta y cinco, cuarenta y cuatro...
Con un
último esfuerzo, termine el giro completo en el agujero.
Y este
se cerró, llevándose consigo a Walter y a todo el resto del blanco.
Y volvimos
a la realidad.
Los
cuatro estábamos tirados en la ruta. Croft se levantó primero, adolorido y confundido,
y miró alrededor.
Los
deformes que habíamos derribado, junto con el gigante, seguían en el suelo,
inertes una vez más.
—Clara
—Croft vio que me movía y empezó a sacudirme, aunque apenas podía abrir los
ojos—. Levantate, rápido.
Seguí
la mirada de Croft y vi a la sombra. Se encontraba en medio de todos los
cuerpos, moviéndose de forma extraña. No nos prestaba atención.
Apreté
mi mano y sentí el abrelatas. Cuando abrí el puño, solo había polvo oxidado,
que se deshizo entre mis dedos.
—Dios,
no... —dijo Croft. Sin embargo, al mirar de nuevo a la sombra pareció
despreocuparse.
El
Eldritch trataba de mover a las abominaciones, levantando sus brazos como un
director de orquesta. Pero estas no se movían. Las habíamos matado y la sombra
ya no podía reanimarlas.
Cerca
de ellos, los charcos negros se evaporaron, siendo reducidos a un vapor que se
dispersó en la atmosfera.
La
sombra se dio vuelta hacía nosotros, y creí que me miró a los ojos. Sostuvo la
mirada durante unos segundos, y entonces dio un paso atrás. Alejándose de las
luces de la fábrica Lagorod, la sombra se desvaneció entre la oscuridad.
—¿Qué
fue eso…? —dijo Clay, que se había levantado
y había presenciado toda la escena. Soltó un quejido—. Me duele la cabeza…
—¿Qué pasó?
Siento que soñé con algo, pero... —dijo Nick, confundido,
esforzándose por recordar. Me miró a mí, como pidiendo una explicación.
Pero
yo tampoco recordaba. Mi registro de esa noche no tenía sentido; estaba fuera
de orden. Recordaba que había sentido que todo era claro como el agua, pero mi
cabeza ya no era más que una maraña inentendible.
Pero el
dolor y el pitido se habían ido. Para siempre. Había vuelto a ser la yo de
siempre. Me sentía deprimida, pero a pesar de eso, estaba bien. Sentía que el
mundo volvía a tener sentido. Que era alguien. Me había recuperado un poco…
—Tu
abrelatas, Clara... —dijo Clay, señalando la
pila de polvo a mi lado.
—Oh…
Sí, no creo que lo necesitemos más.
Estábamos
a salvo, al fin. Nick se puso de pie y miró alrededor. Se giró a ver el túnel. El
techo parecía haber sufrido algún colapso, y se había derrumbado. El túnel
estaba cubierto de escombros.
—S-Supongo
que vamos a tener que buscar otra salida… —dijo, palideciendo—Yo no quería más
preocupaciones.
—Descansemos —dije, sin intenciones ni ganas de ponerme en movimiento—. Solo por un momento…
Ninguno
protestó. Nos quedamos cerca del auto, sintiendo el aire fresco. Las nubes parecían
dispersarse poco a poco, y los truenos habían cesado. La oscuridad de la
madrugada era tranquilizadora.
Entonces
empezamos a escuchar los aleteos. Un ruido familiar. Giramos la cabeza y vimos
a los helicópteros que se acercaban por el aire.
—Tiene
que ser una joda —dijo Croft, casi riendo. Esos eran los helicópteros a los que
íbamos a seguir conduciendo en dirección contraria; y ahora los habíamos
encontrado. Croft se subió al techo del auto, llamando su atención. Los
helicópteros descendieron hacia nosotros. Y todos subimos con gusto.
Mi
mente empezaba a aclararse. El rescate había llegado después de morir, como
había predicho Henry.
Pasamos
por sobre las montañas, dejamos la ciudad y salimos al campo abierto. Éramos la
única luz en todo el cielo, pero ya no me aterraba. No temía a la oscuridad ni
a las sombras.
No
podía cambiar lo que ya había pasado, cambiar las muertes de mi mamá, de mis
hermanos, de Henry, de los hombres que invadieron nuestra casa, de esa madre. Pero
no habían sido muertes en vano.
Me había
prometido no llorar hasta salir de la ciudad. Pero ahora estaba libre de
cualquier peso. Llorar no iba a convertirme en la chiquilina de hace unos días.
Estaba en paz.
Mientras
me descargaba, pude escuchar como el piloto nos explicaba alguna cosa. Que
habían analizado el líquido negro y parecía ser inestable, pudiendo decaer
rápidamente en cualquier momento. Justo como había pasado en la ruta. Solo
podíamos esperar que toda la gente alterada desapareciese por sí misma.
Pronto
pude parar de llorar. Nick vino a sentarse cerca de mí y quedamos en silencio por
unos momentos.
—Clara.
¿Sabés que pasó en verdad?
—No
—susurré. No era mentira.
—No sé
si lo soñé o fue verdad, pero me pareció que hiciste algo… con el gigante, no
sé.
—Sé
que hice algo —dije—, y en su momento me pareció claro, pero ahora apenas recuerdo…
Quizá mañana, luego de dormir, me aclare.
Croft
soltó un bostezo.
—Yo
voy a dormir un día entero. Estoy agotado… —y nos contagió el bostezo a todos.
—Sí
—dije—. Supongo que sí…
Luego
de unos días logré comprender todo una vez más, pero no se lo dije a los demás.
No quería que recordasen sus muertes. Por lo demás, creí entender que la sombra
había quedado atrapada acá. Pero ya no tenía poder.
Mientras
viajábamos en el helicóptero y bostezábamos, miré por la ventana. Oscuridad
total en todas las direcciones. Empezó a darme sueño, a pesar del ruido del motor.
No hice esfuerzo alguno por mantenerme despierta. Ahora estábamos a salvo.
Nosotros y la humanidad. Cerré los ojos tranquila. Ya no era el destino. Había
perdido el poder, pero no me importaba. Luego de vivir un siglo, por fin podía
seguir con mi vida.
Y
luego de un siglo, dejé de soñar con ese día en la ruta.
Fuimos
liberados del destino. Fuimos liberados de cualquier comando. Soñé con el blanco infinito.
Agosto 2013 • Noviembre 2015
DOS NOCHES DE VERANO
CROFT escrito por CROFT
NICK e INTERMEDIO escrito por ZEH ROH
CLAY escrito por BAKE
HENRY y CLARA escrito por FABIANPX
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