domingo, 18 de mayo de 2014

Dos Noches de Verano — 32 — Clara: Perder el abrelatas

>Clara: Perder el abrelatas.

La tormenta se detuvo luego de las doce. Ahora era el momento de salir definitivamente. Creíamos estar libres de la predicción de Henry.
Creíamos estar libres del destino.
Afuera, en las calles, el viscoso líquido negro fluía como un rio. El pasto y los arboles estaban completamente cubiertos de negro, y el líquido aun fluía por las paredes de concreto y de madera. Nick se cubrió la herida que le había causado con el abrelatas, buscando evitar una infección, y nos dirigimos al auto. No estaba muy manchado; al parecer el líquido no se pegaba a las superficies lisas. Subimos y Nick partió, ahora hacia las puertas. Convencido de que la profecía de Henry decía que íbamos a morir mientras esperábamos a los helicópteros, abrumados por una congregación de monstruos, Nick había decidido separarse de los planes.
Pero algo me molestaba. Henry nunca había dicho eso. Henry me dijo que íbamos a morir infectados. Y yo no creía haber comunicado las predicciones mal. Sin embargo, no dije nada. Viajábamos en silencio. Aparte del motor, no había ningún otro ruido. Comprobé las cosas que teníamos. Sabía que Croft y Clay tenían armas de fuego, pero no sabía si aún estaban cargadas. Nick tenía un cuchillo, y en la última casa yo había encontrado uno grande para carne como el que había estado buscando. Además de eso, todos llevábamos un fierro y un abrelatas, aunque solo el mío había probado ser útil. No estaba mal.
Todo era silencio. Pasamos más de diez minutos así, hasta que Croft habló.
—¿Que vamos a hacer después de salir? —preguntó, aun inseguro respecto a la idea—. No vamos a vivir en la carretera el resto de nuestras vidas…
—Vamos a buscar otra ciudad, algún otro lugar más seguro... —dijo Nick.
—Para mí, cualquier lugar con esas sombras va a ser igual —respondió Croft. Entonces bajó el tono—. Aparte... quizás ya no haya nada más allá afuera...
Nos miramos entre nosotros. Parecía improbable, pero no sabíamos nada del resto del mundo. Nick pareció pensar durante unos segundos.
—Acá empezó todo —dijo al fin. Encendió la radio del auto, buscando alguna señal que nos dijera algo.
Solo había estática. Nick empezó a subir las estaciones sin encontrar nada más que ruido en todos lados.
—Hay helicópteros de rescate en la ciudad, así que debe quedar algo allá afuera… al menos en las cercanías —nos aseguró Nick, mientras pasaba a bajar las estaciones. Al final pareció poder entenderse algo, pero había demasiado ruido de fondo para entender algo.
—Ah, excelente —gruñó Nick. Apagó la radio, y volvimos a quedarnos solo con el ruido del motor.
—Sí, tenes razón —dijo Croft, entonces—. Esto debe ser el ojo de la tormenta. “La Ciudad es el comienzo y será el fin”.
Nick no respondió.
—A estas alturas ya no importa —dijo Clay—. Si nos quedamos, vamos a morir. Lo que será, será.
—¿Cuánto falta, Clay? —le pregunté. Él había pasado por las puertas hacía poco.
—¿Eh? No mucho... —Se esforzó para ver por la ventana—. No más de quince minutos, diría yo.
—No parecía tan fácil salir hace unas horas… Debimos haber hecho esto antes. —Suspiré. Hice una pausa—. Así no habría muerto esa madre.
—Clara, no te sientas culpable. Salvamos mucha gente allá en la municipalidad —dijo Nick.
—¿Pero sirve eso de algo si de todas formas matamos a alguien?
—Clara, no podemos salvarlos a todos —dijo Nick—. No podemos siquiera intentarlo. Solo…
—Pero podemos intentar no empeorarlo —interrumpí, obtusa.
—No entramos con la intención de matarla —dijo Clay—. Créeme, no quería disparar. Pero ella nos atacó e hizo que fuera ella o nosotros.
—…Quizá debimos haber sido nosotros —solté—. Quizá debí ser yo.
Me hundí en el asiento. Apenas podía cargar con mis pensamientos. Esa mujer también había perdido a su familia a las mutaciones… Era como yo.
—Clara, sos muy importante —dijo Nick, tratando de encontrar las palabras adecuadas—. Si te hubiéramos perdido…
—Mi abrelatas es lo importante —dije—. Cualquiera puede usarlo, es solo que ninguno se anima. 
Clay me miró, desanimado. Parecía tener muchas esperanzas en mí, como si yo fuera uno de los pocos hechos seguros que quedaban. Croft solo desviaba la mirada por ventana, y Nick miraba por donde conducía.
—Debería estar muerta.
Los demás se quedaron callados unos segundos.
—Clara… No es el abrelatas. Yo confió en vos —dijo Clay—. También nos salvaste a nosotros, ¿sabés?
—Henry podía ver el futuro. Sabía con quien se iba a encontrar, y ya nos conocía. Pero te dio el abrelatas a vos —dijo Nick.
—Sí —apoyó Clay—. Confiaba en que vos ibas a usarlo bien.
Apoyé los codos en mis rodillas y me refregué la cara.
Henry sabía. No había hecho nada al azar. Confiaba en mí.
Pero cualquiera podía tomar un abrelatas y usarlo para cortar. ¿De verdad tenía algo especial? No.
Solo había sido porque estaba cerca.
—Clara, bueno —dijo Nick—. Si te sentís presionada, podes pasarle el abrelatas a cualquiera de nosotros.
Levanté la mirada. Por el camino, a varios metros, apareció un letrero.

—> Laboratorio Químico Lagorod
—> Ruta 00

Y más adelante, una salida. Nick giró a la derecha y entramos a un camino de doble carril.
Pensé en lo que había dicho Nick y miré a Croft.
—Croft, no te quedan balas, ¿no?
—Creo que gaste casi todos los tiros —dijo—. ¿A vos, Clay...?
—A mí todavía me quedan —Clay me miró—. ¿Estás segura?
—Sí. Tomá, Croft. —Le extendí el abrelatas—. Ya lo habías usado, de todas formas.
Croft lo tomó y se lo guardó en el bolsillo. Un rayo iluminó el cielo, y poco después escuchamos el trueno. Frente a nosotros estaban las montañas del borde de la ciudad. Un letrero apareció sobre nosotros.

—> Salida a Ruta 00

Croft suspiró de alivio.
A nuestra izquierda, las casas desaparecieron y dieron paso a un edificio cercado que se extendía por varios metros y del cual salían grandes chimeneas. Tenía las luces de afuera y de adentro encendidas, iluminando todo alrededor. Debía ser la fábrica Lagorod esa que decía el cartel; era enorme, y se extendía en la distancia. A la derecha solo había un gran campo abierto que se perdía en la oscuridad de la madrugada.
—La compañía Lagorod —dijo Nick, con algo de orgullo—. Para ellos trabajo yo.
—Son bastante importantes, ¿no? —dijo Clay, pegándose contra su ventana—. Creo que son los únicos edificios que mantienen su energía.
—Sí, sus fábricas están por toda la ciudad —dijo Nick—. Algunos protestan por el humo que causan, pero yo trabajo para una de sus oficinas, no en una fábrica. Así que no puedo sentirme mal…
—De todas maneras, fíjate —dijo Clay, señalando hacia arriba—. Las chimeneas están apagadas.
—Sí, ya había notado eso. Me parece que todas se apagaron cuando empezó a pasar todo.
De pronto, Nick pareció tensarse.
—Ahí está. El túnel.
Miramos adelante. Aunque estaba lejos, la luz de la fábrica permitía alcanzar a verlo. Sin embargo, esa era la única fuente de luz. El túnel estaba en la oscuridad; todas sus luces apagadas como las de la calle. Nick mantuvo la velocidad, mientras nosotros esperábamos expectantes.
De pronto, Nick se inclinó hacia adelante y entornó los ojos para ver mejor.
Sus ojos se abrieron como platos, se irguió y frenó el auto. No tuvimos que preguntar qué pasaba; podíamos verlo. Estábamos a unos cien metros del túnel cuando nos bajamos del auto.
—Puta madre —dijo Nick.
Las luces del edificio y del auto revelaban la entrada del túnel. Allí, por dentro, había una gruesa reja. Completamente negra, estaba cerrada y bloqueaba el paso. Una puerta literal.
—¿Pero qué…? —dijo Clay, observando en confusión.
—Esto no puede ser cierto. Los túneles no son así... —dijo Croft. Nick empezó a correr hacia la reja y los demás lo seguimos.
Todos se acercaron a las barras, pero algo me detuvo. Me paré cuando estaba a algunos metros.
—¿Que pasa, Clara? —dijo Clay, notando que me había quedado atrás. Los otros también se giraron hacia mí.
—No… no quiero acercarme. Ese túnel… —algo estaba parándome. Algo extraño. Sentía algo raro desde que había visto el túnel, pero ahora que estaba tan cerca me sentía mal. Muy mal—. Deberíamos irnos —dije, mientras mi respiración se hacía un poco más agitada.
—No hay nada, Clara —dijo Clay, tratando de calmarme.
—Qué más da —dijo Nick—. Abramos esto y salgamos de acá pronto.
Los tres hombres se pusieron a agitar la reja. También la patearon varias veces, pero esta no se abría. Clay bajó la cabeza y miró al suelo.
—Por supuesto que no se va a mover. Las barras salen del asfalto —dijo, apuntando al piso.
—¿Qué mierda? —dijo Nick, agachándose. Se acercó a las paredes—. Salen del cemento… Es como si hubieran construido el túnel alrededor de la reja.
—Esto no tiene sentido. Esta reja no estaba cuando yo llegué a la ciudad —dijo Clay.
—¿La echamos abajo con el auto? —sugirió Croft. Pero yo aun no quería acercarme.
—Esa oscuridad no me gusta… —comenté, sintiendo ya miedo. Croft se giró hacía mí y luego hacía el túnel.
—Hey, es cierto. Es como si la luz no pasase de ese punto. —Croft señaló adentro del túnel. El auto no iluminaba tanto, pero se podía ver una línea marcada donde empezaba la sombra.
—Dios… —dijo Nick al verlo—. Clara tenía razón, este túnel está mal... mal...
Es una trampa, después de todo.
Una fuerte voz invadió el lugar.
Al girarnos, el destino tomó forma frente a nosotros. De la calle surgieron partículas negras, y estas se acumularon hasta formar una nube negra que adquirió forma humana. Era una silueta de persona. Una sombra. En cuanto apareció, la calle se rodeó de gemidos, mientras una docena de deformes aparecían por los lados de la ruta, surgiendo desde la oscuridad y congregándose detrás de él. Los brotados no dejaban de surgir, llenando la calle.
Ya es suficiente —dijo la sombra, con los alterados esperando tras él—. Matar a uno de los nuestros, alterar el curso del tiempo. Sus poderes son demasiado peligrosos.
Como por señal, una fuerte corriente de aire empezó a salir del túnel tras nosotros.
—¡Aléjense! —alcanzó a decir Nick. Pero era tarde. La negrura que reinaba dentro del túnel se agrandó, alcanzando el límite de las rejas y casi tocándonos. De su oscuridad saltaron brazos negros, más brazos de los que podía contar… Y atraparon a los demás, sujetándolos contra las rejas. Yo era la única que se había mantenido alejada.
—¡Clara, cuidado! —me gritó Clay.
Y vos, nena —escuché.
Al darme vuelta, me encontré paralizada frente al mayor de mis temores.
Vos, en especial, trajiste caos.
La sombra estaba mirándome a la cara. Y yo no pude hacer nada. No podía correr, no podía pelear, no podía pensar. Sin el abrelatas, sin el arma, yo no era nadie.
La sombra extendió su brazo y puso su larga mano alrededor de mi cuello.
Hablá. ¿Quién sos? ¿Por qué posees aquel arma?
—¡No digás nada, Clara! —exclamó Nick—. Resis… —La sombra extendió su otro brazo hacía el túnel, como dando una orden. Enseguida, la oscuridad cubrió se extendió hasta cubrir la entrada del túnel, silenciándolo todo.
Respondeme —ordenó entonces.
—N-No soy nadie… —logré responder. Pero la sombra afianzó su mano.
Los seguimos por el espacio. Observamos cómo tu arma era inmune a nuestros efectos y la seguridad con la que la usabas. Voy a preguntar de nuevo —dijo, acercándome a él—. ¿Quién sos? ¿De dónde sacaste el arma?
Tenía que esforzarme para poder respirar. La sombra me miró de cerca, esperando una respuesta, pero no dije nada, no podía decir nada más.
Puedo enviarte al vacío hasta que quieras hablar. No tendría problema en esperar hasta el fin de los tiempos. Si me respondes ahora te voy a matar de inmediato. —Entonces apretó aún más fuerte.
Empecé a perder la consciencia. Trate de zafarme, tomarlo del brazo, pero mis manos solo lo atravesaban como si fuera niebla. Había alcanzado el cuchillo de cocina en mi bolsillo, pero no servía.
¿Perdiste el arma? Ya veo. Estás indefensa sin ella. De verdad no sos nadie. Pero eso no te salva. —Empezó a acercarme a él—. Nos vemos en unos años. 
Con algo de consciencia aun, bajé mi mano al otro bolsillo… Y trate de dañar a la sombra con el abrelatas de Croft.
Pero me soltó antes de poder tocarlo, empujándome hacía tras. La sombra me sujeto de la muñeca, tomando el abrelatas. Con cuidado, acerco su otra mano y lo toco ligeramente.
Qué basura —dijo, percatándose de que era falso. Lo lanzó a un lado y me miró. Me golpeó la cara con fuerza, haciéndome caer. Se postró sobre mí, poniendo sus manos entre mi cara y empezando a extender su negrura hacia mí. Quería absorberme. En eso, sin embargo, los sonidos del túnel volvieron.
—¡¿Que te crees qué hacés?! —grito Croft, mientras corría libre junto a Nick y Clay. Habían cortado la oscuridad del túnel con el abrelatas real.
La sombra atacó a Croft con su brazo, pero él lo cortó sin dificultad. De la sombra, el Eldritch, brotó vapor negro, y me soltó. Dio un paso atrás para alejarse de Croft, pero este fue tras él.
—¿Estás bien? —Me preguntó Clay, agachándose a mí lado—. ¿Clara…? —Asentí apenas con la cabeza, y le señale hacia adelante. Clay entendió y se levantó.
Los deformes venían por nosotros.
—Son personas comunes… no son muy fuertes ni muy rápidas —comentó Nick, hablando con prisa—. De todas formas… fue un gusto, chicos. —Y con eso, se posicionó entre las abominaciones y yo.
—Debí haberme ido a estudiar a Europa —dijo Clay, permaneciendo en su lugar y esperando que los monstruos lleguen. A unos metros de nosotros, Croft seguía cortando a la sombra con el abrelatas.
Y sobre el asfalto, en el suelo, me encontraba yo, sin poder hacer nada. Apenas respirando.
Cerrando los ojos, oí como Nick y Clay me protegían de la oleada de abominaciones. Los dos se mantenían alrededor mío mientras iban girando, cortando a lo que se acercara. Nick usaba su cuchillo y Clay disparaba su arma, pero apenas podían mantenerlos atrás.
La multitud de personas trastornadas avanzaban como un rebaño sin mente, atropellándose hacia adelante mientras Nick y Clay los empujaban. En medio de los forcejeos, Clay soltó un grito, aunque siguió peleando.
—¿Estas bien? —pregunto Nick, alzando la voz del otro lado del circulo.
—Solo fue un corte…
Empezó a sonar una risa que reverberó por el aire y empezó a desvanecerse. Cuando el sonido desapareció, Croft se sumó a la ayuda.
—La sombra se fue —explicó, mientras cortaba a uno de los deformes con el abrelatas. Entonces tres más aparecieron en su lugar, y retrocedió—. ¿Cuántos son? —Croft apenas alcanzó a decir eso antes de tener que ponerse en acción de nuevo.
—No sé, no pueden ser más de cincuenta —jadeó Nick—. Atacá al cuello. Pare… —Nick se calló mientras cortaba a una mujer mutada—. Parece debilitarlos —terminó.
—¿Es idea mía o parecen un poco… predecibles…? —dijo Clay.
—¡Clay, fijate! —Nick corrió enfrente mío y atacó a uno de los monstruos que se había acercado a mí. Pude oír como líquido negro caía a centímetros de mi cara, y entonces abrí los ojos. Las abominaciones nos rodeaban y había muchos charcos de líquido negro en el suelo.
Intenté levantarme, pero ya no tenía fuerzas. Nick notó mi estado y soltó una maldición.
—Vamos… —dijo Clay—. Solo hay que resistir un rato más…
Pero no tenía caso. Noté que dentro de nuestro círculo empezaban a aparecer partículas negras.
Pierden su tiempo. —La sombra se materializó desde el suelo, cerca de mí. Confesá tus secretos, Clara. No podes escapar del vacío.
Croft se dio vuelta y atacó a la sombra con el abrelatas, pero esta se desvaneció antes de que Croft lo alcanzara.
—Sabe mi nombre… —balbuceé. Las manos empezaron a temblarme, y sentí un fuerte escalofrió. Eso no iba a salir bien…
Entonces, Nick soltó un grito. De todo lo que podía haber sucedido, vimos lo peor. Nick se había manchado el cuerpo con líquido negro, y… y había alcanzado su herida.
—No… —musité. Se había infectado por la herida que yo le había hecho. Lo había matado, había matado a Nick con el abrelatas.
—No —dijo Croft, sin poder creer lo que veía.
—Nick, no… —dijo Clay.
Y él me miro, por un momento. Fue como un golpe en el pecho. Bajé la vista al suelo… y me puse a llorar. No pude hacer nada más que eso. Ni siquiera podía mirarlo a los ojos.
Nick gritó una vez más, enfurecido. Se tiró contra los deformes y empezó a cortarlos como un salvaje. Derribó a varios, pero los monstruos empezaron a apilarse sobre él, y…
—¡Aléjense, hijos de puta! —gritó Clay.
Clay y Croft corrieron a ayudar a Nick, barriendo a las criaturas por detrás, tratando de alcanzarlo.
Pero solo alcanzamos a oír los gritos de dolor de Nick. Y los gritos al final se detuvieron. Entonces, los monstruos se giraron hacia Clay y Croft.
—Son solo diez, son solo diez… —dijo Clay, tratando de calmarse.
Empezaron a golpear contra esos monstruos, retrocediendo hacia mí. Derribaron a dos y siguieron con el resto. Luego fueron tres y cuatro. Por un momento pareció que lo iban a lograr. Entonces... los pasos.
—¿Qué es eso? —dijo Croft, dando un paso atrás y mirando más allá de los monstruos.
—¿Qué cosa…? —Empezó a decir Clay, pero se quedó atónito. Atrás del grupo, una persona se alzaba por sobre las otras, dando pasos fuertes y ruidosos mientras sonreía. Era un gigante jorobado, y su cara parecía severamente dañada, incongruente… Cómo si dos cuerpos, o más de dos, se hubieran derretido en uno solo. Nos doblaba en altura, fácil, y sus pasos largos lo hacían avanzar más rápido que las otras abominaciones.
—Clara, corré. Levantaté y corré —dijo Clay, mientras levantaba su pistola.
¿Pero yo? Todo lo que hacía yo era llorar como una tonta, sin hacer nada.
Recordé cuando Nick volvió al edificio luego de su visión. Recordé cómo me había creído antes que todo el resto…
Te creo.
Oí los disparos y volví a la realidad. Croft me había alzado y estaba alejándome de las abominaciones que quedaban. Mientras tanto, Clay le disparaba al gigante en los pies, tratando de hacerlo caer.
—Clara, por favor. Movete. —Me dijo Croft. Apoyando los pies en el suelo, empecé a caminar con dificultad.
Croft pudo dejarme, y se giró a enfrentar a las abominaciones. Entonces oímos el fuerte golpe del gigante a caer contra el suelo. Se desplomó frente a Clay, y este corrió a ayudar a Croft. Pero el gigante lo alcanzo con su largo brazo, sujetándole un pie. Con un movimiento, alzó a Clay en el aire.
Mi abrelatas es lo importante, había dicho en el auto. Pero Clay había respondido otra cosa.
Clara… No es el abrelatas. Yo confió en vos.
Croft mató a los tres deformes que quedaban. Mientras tanto, el gigante se arrastraba hacia nosotros, con la misma sonrisa todo el tiempo. A su lado se encontraba el cuerpo de Clay. Permanecía inmóvil, quieto sobre un charco negro, aunque este empezaba a tornarse rojo. Atrás suyo yacía el cuerpo negro de Nick.
—¡Estamos libres, Clara! ¡Hay que escapar ahora! —Croft corrió hacia mí y me volvió a tirar del brazo derecho. Pero yo no me movía, miraba el cuerpo de Clay sobre el asfalto—. Hay que llegar al auto, Clara. Por favor, antes de que vuelva…
Como si eso me hubiera dado mi señal, corrí la mirada y miré hacía un punto vacío en mi izquierda. Era como si ese punto me alcanzara. En efecto, pronto ese lugar se cubrió de puntos negros… y la sombra se materializo allí mismo. Croft me soltó y levanto el abrelatas.
Pudieron con todo. Son persistentes —dijo la sombra, Croft mirándola fijamente—. Podemos terminar con esto rápido si empezas a hablar, Clara. O podemos seguir. Todavía no terminé.
Croft corrió hacia la sombra, pero fue como la vez anterior. Esta se desvaneció en el aire.
Entonces, los monstruos empezaron a moverse de nuevo. Como títeres, se levantaron del suelo a pesar de que los cuerpos de muchos fluían sangre. El gigante se puso de pie. Aunque torpe, se dirigió hacia nosotros junto al resto.
Croft cayó al suelo de rodillas. En su rostro había una expresión de horror. Se refregó la cara con las manos y sacó la pistola que traía. La lanzó a mis pies, y volvió a alzar el abrelatas.
—Henry tenía razón. Tenía toda la puta razón. No escapamos del destino.
Contemple la pistola unos momentos, aunque las lagrimas apenas me dejaban verla.
—Podemos correr, tomar las llaves del auto y salir de acá —empezó a decir Croft. Los monstruos no dejaban de acercarse a nosotros, arrinconándonos contra la pared de la fábrica—. Pero nos alcanzarían de todas maneras. Nos alcanzarían aunque Henry hubiera estado acá.
Levanté la pistola, apuntándola a mi cabeza con el dedo en el gatillo. En ese momento comenzó a sonar un pitido agudo.
Croft se encaminó hacia las abominaciones reanimadas. Hice presión en el gatillo.
Pero, a fin de cuentas, no podía jalarlo. Ni siquiera podía hacer eso. Ni siquiera podía ocuparme de mí misma. Y con eso tiré el arma a un lado. Me derrumbé en el suelo y empecé a refregar mi cabeza contra el asfalto, frustrada.
Oí los gritos de Croft, pero no duraron mucho. Tras eso, las abominaciones vinieron por mí. Iba a morir sola, algo que me había aterrado toda mi vida. Morir sola.
Me dolía la cabeza.
El pitido no dejaba de sonar. Si fruncía los ojos, parecía que había vuelto a ser una nena de nuevo. Si fruncía los ojos, parecía que la ruta se convertía en una iglesia.
Había ido a una iglesia de chica. No había ningún ruido, y el sol brillaba en lo alto.
Pero las abominaciones me seguían hasta ese lugar. La sombra también estaba ahí, liderándolas, y se acercaban hacia mí. Empecé a pedir ayuda, desesperada. No sé a quién rogué; no recé al dios cristiano, no recé al dios griego ni a ninguna divinidad. No podía pedir ayuda a Henry ni a nadie más. Porque estaba sola.
El pitido se hacía más fuerte. El dolor se hizo insoportable, y me puse en posición fetal.
¿Por qué tenes esa arma? —preguntaron.
—Me la dieron sin saber lo que era —respondí.
¿Quién te la dio?
—No importa. Está muerto.
Ya veo. Pensé que eras alguien. Me equivoqué.
En medio del dolor, abrí los ojos y miré hacia arriba. El gigante estaba entre las abominaciones que me rodeaban. Estaba mirándome, sin ninguna expresión. Intenté escapar a los brazos de mi madre, pero no pude. Intenté esconderme en el fin de los tiempos, pero no pude. Intenté empezar mi vida de nuevo, pero no. No podía irme de ahí.
¿Ese era mi destino?
Morí.
El gigante levantó su brazo y lo dejó caer. Cerré los ojos y, antes de sentir algo más, la oscuridad pasó a ser blanca.
Un hermoso, profundo blanco. 




     
     


     
—Ella, ¿qué te paso? ¿Por qué estas llorando?
Mi mamá encendió la luz de mi habitación y se acercó a mi cama. Ahí estaba yo, llorando desconsoladamente.
—¿Tuviste una pesadilla? —pregunto mamá. Sin poder hablar debido al llanto, asentí con la cabeza. Mi mamá extendió los brazos hacia mí y me abrazó.
—Tranquila, tranquila. Ya paso.
En ese entonces solo tenía ocho años. Solo era una nena.
Luego de unos minutos, por fin pude dejar de llorar. Para ese entonces, mis lágrimas ya habían empapado mi pijama y mis sábanas.
—¿Estás mejor? —me preguntó.
—S-Sí —tartamudeé.
—¿Podes contarme qué pasó? —dijo mamá, mientras se sentaba a mi lado en la cama. Todavía me dolía la cabeza, así que tarde un momento.
—Soñé que… que… —Respiré hondo, mientras trataba de recordar sin ponerme a llorar de nuevo—. Soñé que nos moríamos.
—¿Nosotros?
—Sí… Y mucha gente más… Por todos lados, y al final… —Sentí un dolor en el pecho como el que había sentido mientras soñaba. Aun escuchaba aquel pitido—. Al final nos alcanzaron… Los monstruos… y nos mataron.
—Por Dios... —dijo mamá, más preocupada—. Tranquila, bebe, solo fue un sueño. No fue real…
—Parecía demasiado real…
—Pero ya pasó. Ahora estas acá, conmigo, ¿no?
—Sí.
—Bien… ¿Querés que duerma con vos esta noche? —preguntó, y yo asentí con la cabeza. Mamá se levantó y apagó la luz.
El corazón empezó a latirme con más fuerza. La oscuridad me recordaba mucho a la pesadilla, pero el miedo no duró mucho. Yo era una nena valiente; ya empezaba a olvidar la pesadilla. Ningún miedo duraba mucho en la ciudad. Mi mamá no tardó en volver y acostarse a mi lado. La abracé y ella hizo lo mismo.
—Pero solo va a ser por hoy, no quiero que te malacostumbres —me advirtió. El dolor de cabeza empezó a aliviarse, y no tardé en quedarme dormida de nuevo.

Estaba en la sala de clases, sentada en mi mesa. La profesora enseñaba algo, pero yo estaba confundida. No recordaba cómo había llegado ahí. Miré mi cuaderno; tenía algunas cosas escritas.
De pronto, recordé todo lo que había pasado.
No, no. Sacudí mi cabeza. ¿Qué había sido eso? Yo parecía mucho más grande. Pero yo solo tenía ocho años. Mamá me había llevado a la escuela después de dormir con ella.
Miré alrededor de la sala. La mitad de los chicos estaban escribiendo, la mitad estaba en otra cosa. Y desde afuera, los sonidos de la ciudad.
Miré el reloj blanco que había sobre la pizarra. Eran las 04:43 de la tarde. Había algo en ese reloj. Seguí mirando fijo hasta que el segundero pasó al siguiente minuto. 04:44 con dos segundos, con tres segundos…
Con cinco segundos… Nueve… Diez…
Empecé a ponerme tensa.
Once… Doce…
Doce…
Doce, doce, doce, doce, doce.
No avanzaba más. El segundero pasaba al trece, pero volvía atrás una, y otra, y otra vez.
Y recordé mí pesadilla. Todo. El circulo transparente en la cocina. Las aves volando por el cielo. A mí misma, parada frente a mi reflejo. La lluvia negra . Las sombras del más allá. Por un momento sentí estar allí, y miré atrás y vi a Clay, Croft y Nick que me observaban expectantes.
Esta vez, el dolor de cabeza volvió con más fuerza que ninguna otra cosa que hubiera sentido en mi vida. Dolorida, caí sobre mí mesa.
Dolorida, caí sobre el pasto.
Dolorida, caí sobre el asfalto.
Caí sobre la arena, sobre el piso de mi casa, sobre mi cama, sobre una roca de las vacaciones en el sur, sobre el sillón de la tía, sobre el escenario del teatro, sobre un charco con agua, y tres metros más atrás y tres metros más adelante y en todos los lugares de todos los momentos de mi vida.
Y mamá trató de calmarme, mis hermanos trataron de calmarme, los abuelos trataron de calmarme, mis amigos, mis profesores, mis compañeros, la gente de la calle, mis familiares, los presentadores, los de la fiesta, el cumpleañero, Clay, Croft, Nick, Henry. Ninguno pudo hacer nada. Ninguno logró hacer nada. El dolor solo se hacía más grande, así que me escondí de todos los ruidos, de todas las luces, donde ya no pudiera sentir dolor ni nadie me pudiera hacer nada.
Me escondí en el final de mi vida. En mi último segundo.
Me escondí en el hermoso blanco infinito, donde solo podía estar yo.
Entonces, el dolor pasó. Me quede ahí, sola en mi propia consciencia, sin nadie que me molestara ni me obligara a lastimar o a matar.
Al menos, eso pensé al principio.
—¿Quién sos? —dijo alguien. No conocía la voz, apenas podía entenderla. Parecía modulada de forma extraña; era aguda y grave a la vez. Solo podía identificar que se trataba un hombre.
Di media vuelta… y allí estaba. Pero no podía verlo. Sabía que estaba ahí, pero no podía mirarlo de frente.
Junto a nosotros se encontraba el túnel negro. Era un agujero oscuro en medio de mi blanco perfecto. Mi santuario se había corrompido. El dolor volvió. Ya no podía esconderme ahí.
Escapé y volví a mi niñez, donde había dejado.
Podía olvidarme de todo y seguir con mi vida. Estaba a salvo si seguía normalmente.
Doce
Trece, catorce, quince.
Ese día volví a casa y abracé a mamá. Todo estaba bien.
Pero a la noche volví a tener la pesadilla. A soñar con ellos. No podía olvidarlos.
Aun así, al día siguiente me levanté y fui a la escuela. Viví un día normal. Y al día siguiente hice lo mismo. Estaba volviendo a vivir mi vida. Ahora sufría de dolor de cabeza crónico y tenía pesadillas todas las noches, pero podía manejarlo. Podía seguir así. Había escapado del vacío.
Podría continuarlo hasta que llegaron mis veintidós, hasta que tuve mi cumpleaños en el día anterior a la catástrofe.
Debido a esa cercanía, nunca había podido olvidar la fecha. Deseé que no llegase nunca, pero ahí estaba.
Entonces volví aún más atrás, a los cuatro años, buscando escapar. No podía pasar mi veintidosavo cumpleaños; me daba un miedo horrible. Llegar al día en que había conocido a Henry. Él tenía la culpa de todo.
¿Por qué había hecho eso? ¿Por qué me había dado el abrelatas a mí?
Mientras volvía a crecer, busqué otra salida. Mejoré mis notas en la escuela, tratando de irme a estudiar a otro país, a otra ciudad. Pero no se podía. Era imposible hacer ciertos cambios. Cuando lo intentaba, volvía atrás exactamente a como estaba en mis recuerdos. Estaba confinada por las posibilidades de mis recuerdos. Y así iba creciendo.
No importaba lo que hiciera, siempre volvía al mismo lugar. Al mismo momento en el túnel, a la misma muerte.
Intenté salvar a Henry. Era imposible. Intenté seguir por el norte y subirnos a un helicóptero. Era imposible. Intente ir al túnel antes de cuando había pasado; la reja ya estaba en su lugar, y la sombra, esperando.
Hiciera lo que hiciera, mi destino era el mismo. No podía escapar de esa suerte.
Mi vida llegaba hasta ese día. Podía volver atrás pero solo podía hacer lo que me llevara a ese momento. Estaba encadenada, atrapada para siempre.
Todo por culpa de Henry. Me había quedado atrapada ahí. Había terminado mi vida a los veintidós años, y estaba obligada a seguir el mismo destino, siempre. Sin ninguna razón.
¿Por qué? ¿Por qué?
—Porque estas atrapada en el tiempo.
Me giré a verlo. La persona que había escuchado en mi espacio blanco, un siglo atrás. Estaba allí, aunque seguía sin poder verlo.
Junto a nosotros se encontraba el túnel negro. Un agujero oscuro en medio de mi blanco perfecto.
—¿Atrapada? —pregunté. Y el hombre empezó a explicar.
Una larga explicación que, sin embargo, me resultaba familiar. Mientras me hablaba, con ritmo seguro y calmado, mi mente iba dándose cuenta.
Estaba leyéndome el fragmento del diario que había encontrado en mi bolsillo. Ese hombre estaba diciéndome las mismas cosas que estaban en el diario de Henry.
—Se le llama transhumanismo. Un proceso que sucede cuando dos mundos hacen contacto —explicaba el extraño, mientras seguía hablando y llenando los espacios entre el fragmento del diario.
Yo creía empezar a entender, aunque a la vez parecía algo que estaba más allá de mí.
—El transhumanismo puede terminar creando personas atemporales, como somos vos y yo. Este cambio es grande e importante, claro. Por lo que llama y guía retroactivamente a su persona en el pasado hasta él. Esto puede mostrarse como un deja vu, que es un desliz en el tiempo, o como sueños continuos. Sueños del futuro. Cualquier persona que tenga el potencial de la atemporalidad va a seguir ese camino de una u otra forma. Una persona atemporal se crea a sí misma, y esa es su limitación fundamental. No puede cambiar el pasado para no crearse. Está obligada a ser.
El hombre hizo silencio por un momento.
—Moriste a la vez que lograbas trascender el tiempo. Solo el futuro puede cambiarse sin restricciones. La vida que ya viviste es algo en lo que siempre vas a estar atrapada. Podes ser inmortal por veintidós años.
—No. No puede ser… No entiendo lo que estás diciendo.
—Sabes que tengo razón. Ya intentaste cambiar el pasado.
Me dejé caer al suelo. Dirigí mi vista al túnel. Permanecía ahí, estático, sin cambiar.
—Aquella es la Puerta. Es por donde los Eldritch están invadiéndolos, expandiendo el vacío.
—¿Por qué estas acá? ¿Quién sos?
El hombre se encogía de hombros. Era como si le estuviera dando el sol, aunque no había sol. No podía centrar la vista en él.
—Ya no importa —dijo—. Traté de advertirles, pero llegué muy tarde. ¿Sabes? Creo que los Eldritch usaron tu ciudad como lo hicieron con la mía. Creo que la usaron para atraer a tantas personas como les era posible… Pero supongo que eso ya no importa.
Yo apenas estaba escuchando. Contemplé mi situación. El vacío que tanto temía ya me había alcanzado; había llegado en la forma de mi propia muerte. Estaba atrapada en el tiempo, en mi propia consciencia. Mi reloj ya no podría avanzar.
Me sentí abrumada. Sentí que la depresión de mis días finales volvía a mí. Había evitado los dos últimos días para evitar caer en ella y recuperarme, pero, al final, era lo único que realmente me quedaba.
Pero sí descubrí cosas. Podía experimentar toda mi existencia. Repasar mis cambios de ánimo y personalidad. Podía ser la niña inocente de ochos años y la mujer de veintidós al mismo tiempo. Podía ser la yo alegre y la yo deprimida. Me di cuenta de que había algo raro con la ciudad.
Cuando vivía mi vida, cuando estaba con mi mamá y mis hermanos, era feliz. Incluso cuando pasaban tragedias, era feliz. Entonces volvía a mi blanco, y la depresión volvía. Era como si no se pudiera estar triste en la Ciudad. Casi parecía que cuando sucedió la catástrofe fue la primera vez que tuve libertad de estar triste… Justo cuando se apagaron las fábricas. No entendía que quería decir todo, pero esas eran las cosas de las que podía darme cuenta.
De todas maneras, a fin de cuentas solo volvía al final del camino.
La sombra me había atrapado en el vacío. Si trataba de revivir el momento, hablarle sobre el abrelatas en cuanto me lo preguntaba… solo me llevaba al mismo destino.
Ese era su vacío.
Me levanté y caminé hacia el túnel. Era un círculo negro flotando en el aire. Al acercarme sentí que mi mano se veía arrastrada en un anillo alrededor de él. Extendí mi mano, ya sin miedo de nada. Como Nick en sus momentos finales, había perdido la consideración de mi propia vida.
Pero no toqué nada. Extendí mi mano al interior del agujero, pero no había nada.
—Esa puerta pertenece a los Eldritch —explicó el hombre—. Solo ellos pueden manipularla, y ellos controlan quién pasa. Podes saltar adentro, pero nunca vas a alcanzar el otro lado si ellos no lo permiten.
Pase la mano por el agujero, viendo como distorsionaba la luz, y pensé un momento. Entonces me giré hacia el hombre.
—¿Por qué no pasan ellos? ¿Por qué no me invadieron nunca?
—Supongo que no les interesa. Después de todo, ya dejaron el vacío.
—No… —musité—. No puede ser eso…
Lo miré, usando toda mi voluntad, y pude verlo con más definición. Era un hombre adulto y muy pálido. Usaba ropas blancas y tenía los ojos entrecerrados, esforzándose por mirarme entre toda la luz que causaba el blanco de ese lugar.
—No es eso —repetí.
Cuando traté de pasar por la Puerta ellos no me habían dejado. Es decir que había algo del otro lado. Que no estaba vacío. Eran ellos los que trataban de evitar pasar a este lugar. Este lugar no era el vacío.
Entonces lo entendí todo.
—Nunca fue eso. No estoy atrapada acá.
Todo calzaba perfectamente. Ya no era la yo deprimida. Era la yo inteligente. No, era la yo epifanía. No, en realidad era la yo que por primera vez podía entenderlo todo. La razón de los Eldritch, del nosotros, de la Ciudad. Miré hacia el hombre de blanco.
—Me llamo Ella Clara. Recordá ese nombre —dije, determinada—. Voy a arreglarlo todo.
—¿Eh? —dijo el hombre, perdiendo la compostura—. ¿C-Cómo? Vos…
—Observa.

Podía controlar el flujo del tiempo de mi vida. Podía ver cada posibilidad. Cada elección dentro de elecciones, cada imprevisto. Por unos momentos pude dejar de temer lo que Croft, Clay y Nick llamaban el destino, pues ahora yo era el destino. No podía cambiar el pasado… evitar que llegase el momento del túnel… pero podía decidir el futuro. Solo tenía que encararlo.
Volví al día anterior a que comenzara todo. Era mi cumpleaños número veintidós. Volví a mi casa, y mamá y mis hermanos estaban ahí.
—Mamá —dije, entrando a la cocina. Ella se giró hacia mí.
—¿Qué pasa, hija?
La miré por un momento.
—Te quiero.
Mamá me sonrió.
—Yo también, bebe.
—No importa lo pase, te voy a seguir queriendo. Recordá eso, ¿sí? —le dije. Mi vista estaba nublándose de nuevo
—¿Por qué estás diciendo esto? —me pregunto, preocupándose—. ¿Pasó algo? 
—No. Pero por si pasa algo… recordalo.
Mis hermanos menores entraron a la cocina. Me acerqué a ellos y los abracé.
—Eh, hey, ¿qué pasa? —preguntó Roberto, el mayor de los dos.
—Ya me escucharon, par de pesadillas. Lo mismo va para ustedes —dije, apretando el abrazo.
Quería que supieran cuantos los quería. Al día siguiente iban a transformarse, y no podía saber si les quedaba algo de consciencia mientras me atacaban. Quería que supieran que los iba a amar igual.
No podía salvar a nadie. No había un camino alternativo para eso. Todas las muertes eran necesarias, el dolor era lo que me había dado esa oportunidad. No podía negarlo.
Volví al día en que conocí a Henry, y le dije que confiara en mí. Que ya lo estaba arreglando, y él entendió. Fue entonces que agregó el detalle de que íbamos a morir bajo una agrupación de monstruos.
Y así fue cómo Nick supo que ese iba a ser nuestro fin. De mi vino la información. Yo había causado todas las contradicciones.
Pude leer el diario de Henry. Vi la página en la que estaba escrito todo lo que me había recitado el hombre de blanco. ¿Cómo podía ser?
Henry había visto el futuro después de su muerte. Había creído que él debía sobrevivir, pero no era así. Lo que vio había sido mi futuro.
Solo una de sus predicciones iba a ser falsa: no íbamos a morir.
Entonces llegué al ahora. Al límite del pasado.
Clay, Croft, Nick y yo estábamos agrupados en un círculo. Yo estaba de pie junto a ellos. Los deformes nos arrinconaban, apretándonos contra la ruta. La sombra los lideraba y, tras ellos, iba el gigante.
—No soy nadie, Eldritch —dije, explicándole. Ahora había una diferencia. Llevaba el abrelatas en mano. Empecé a acercarme a él—. Matame de una vez.
Clay susurró mi nombre, confundido.
Por orden del Eldritch, el gigante levantó su brazo sobre mí y lo dejo caer con toda su fuerza.
Entonces, de vuelta al blanco. De vuelta con el hombre de ropas blancas, y de vuelta a la Puerta de los Eldritch.
—¿Qué es eso…? —dijo el hombre de blanco. Ahora su voz sonaba normal. Mientras más tiempo pasábamos juntos, más parecía acostumbrarme a él, y su visión se hacía más clara.
El hombre de blanco se esforzó por mirar hacia mí; el fulgor del abrelatas lo enceguecía.
—Traigo un regalo desde el otro extremo del tiempo. La razón por la que los Eldritch no vienen acá. Este abrelatas es este lugar, este lugar los quema, los vaporiza. Este objeto es la razón por la que el infinito es un blanco brillante.
Me giré de vuelta hacia el agujero.
—El reloj de mis memorias tiene el mismo fuego, mi casa tiene el fuego, mi cuerpo tiene el fuego. Dijiste que se llamaba transhumanismo, ¿no? Todas esas capacidades no me sirven sin un punto donde converger. En la punta de este abrelatas converge la llama infinita de todo este lugar.
Acerqué mi brillante abrelatas a la Puerta, a unos centímetros de ella. La luz del abrelatas no se deformaba. No. Ahora era la Puerta la que se deformaba alrededor de él.
—Un abrelatas abre agujeros. Pero me parece que voy a ir más allá de eso. Voy a revertir el flujo del tiempo, y cerrar las Puertas para que no se abran nunca. Con este abrelatas cortó el nudo del tiempo —declaré, triunfal.
Enterré el abrelatas con fuerza, al tiempo que una fuerza trataba de empujarme. Pero mantuve el lugar, y pudieron oírse los gritos de los Eldritch. Mi reloj empezó a retroceder. Las 04:44 con doce segundos, con once, con diez, con nueve…
El blanco infinito empezaba a desaparecer.
—¿Cuál es tu nombre? —grité al hombre, apenas logrando escucharme a mí misma.
—Apenas lo recuerdo. Pero sé que alguien, hace mucho tiempo, me llamo Walter.
—Walter… Gracias por tu ayuda. —Le sonreí, y me volví hacia el agujero.
Empecé a mover el abrelatas en sentido anti horario. El agujero empezó a cerrarse, al tiempo que el abrelatas se oxidaba y se dañaba.
Tres segundos, dos, uno; 04:42. Cincuenta y nueve segundos, cincuenta y ocho, cincuenta y siete…
El líquido negro empezó a brotar desde el agujero, y llego hasta una de mis heridas, infectándome. Pero ya no importaba. A esas alturas no podía hacerme nada.
Cuarenta y seis, cuarenta y cinco, cuarenta y cuatro...
Con un último esfuerzo, termine el giro completo en el agujero.
Y este se cerró, llevándose consigo a Walter y a todo el resto del blanco.











Y volvimos a la realidad.
Los cuatro estábamos tirados en la ruta. Croft se levantó primero, adolorido y confundido, y miró alrededor.
Los deformes que habíamos derribado, junto con el gigante, seguían en el suelo, inertes una vez más.
—Clara —Croft vio que me movía y empezó a sacudirme, aunque apenas podía abrir los ojos—. Levantate, rápido.
Seguí la mirada de Croft y vi a la sombra. Se encontraba en medio de todos los cuerpos, moviéndose de forma extraña. No nos prestaba atención.
Apreté mi mano y sentí el abrelatas. Cuando abrí el puño, solo había polvo oxidado, que se deshizo entre mis dedos.
—Dios, no... —dijo Croft. Sin embargo, al mirar de nuevo a la sombra pareció despreocuparse.
El Eldritch trataba de mover a las abominaciones, levantando sus brazos como un director de orquesta. Pero estas no se movían. Las habíamos matado y la sombra ya no podía reanimarlas.
Cerca de ellos, los charcos negros se evaporaron, siendo reducidos a un vapor que se dispersó en la atmosfera.
La sombra se dio vuelta hacía nosotros, y creí que me miró a los ojos. Sostuvo la mirada durante unos segundos, y entonces dio un paso atrás. Alejándose de las luces de la fábrica Lagorod, la sombra se desvaneció entre la oscuridad.
—¿Qué fue eso…? —dijo Clay, que se había levantado y había presenciado toda la escena. Soltó un quejido—. Me duele la cabeza…
—¿Qué pasó? Siento que soñé con algo, pero... —dijo Nick, confundido, esforzándose por recordar. Me miró a mí, como pidiendo una explicación.
Pero yo tampoco recordaba. Mi registro de esa noche no tenía sentido; estaba fuera de orden. Recordaba que había sentido que todo era claro como el agua, pero mi cabeza ya no era más que una maraña inentendible.
Pero el dolor y el pitido se habían ido. Para siempre. Había vuelto a ser la yo de siempre. Me sentía deprimida, pero a pesar de eso, estaba bien. Sentía que el mundo volvía a tener sentido. Que era alguien. Me había recuperado un poco…
—Tu abrelatas, Clara... —dijo Clay, señalando la pila de polvo a mi lado.
—Oh… Sí, no creo que lo necesitemos más.
Estábamos a salvo, al fin. Nick se puso de pie y miró alrededor. Se giró a ver el túnel. El techo parecía haber sufrido algún colapso, y se había derrumbado. El túnel estaba cubierto de escombros.
—S-Supongo que vamos a tener que buscar otra salida… —dijo, palideciendo—Yo no quería más preocupaciones.
—Descansemos —dije, sin intenciones ni ganas de ponerme en movimiento—. Solo por un momento…
Ninguno protestó. Nos quedamos cerca del auto, sintiendo el aire fresco. Las nubes parecían dispersarse poco a poco, y los truenos habían cesado. La oscuridad de la madrugada era tranquilizadora.
Entonces empezamos a escuchar los aleteos. Un ruido familiar. Giramos la cabeza y vimos a los helicópteros que se acercaban por el aire.
—Tiene que ser una joda —dijo Croft, casi riendo. Esos eran los helicópteros a los que íbamos a seguir conduciendo en dirección contraria; y ahora los habíamos encontrado. Croft se subió al techo del auto, llamando su atención. Los helicópteros descendieron hacia nosotros. Y todos subimos con gusto.
Mi mente empezaba a aclararse. El rescate había llegado después de morir, como había predicho Henry.
Pasamos por sobre las montañas, dejamos la ciudad y salimos al campo abierto. Éramos la única luz en todo el cielo, pero ya no me aterraba. No temía a la oscuridad ni a las sombras.
No podía cambiar lo que ya había pasado, cambiar las muertes de mi mamá, de mis hermanos, de Henry, de los hombres que invadieron nuestra casa, de esa madre. Pero no habían sido muertes en vano.
Me había prometido no llorar hasta salir de la ciudad. Pero ahora estaba libre de cualquier peso. Llorar no iba a convertirme en la chiquilina de hace unos días. Estaba en paz.
Mientras me descargaba, pude escuchar como el piloto nos explicaba alguna cosa. Que habían analizado el líquido negro y parecía ser inestable, pudiendo decaer rápidamente en cualquier momento. Justo como había pasado en la ruta. Solo podíamos esperar que toda la gente alterada desapareciese por sí misma.
Pronto pude parar de llorar. Nick vino a sentarse cerca de mí y quedamos en silencio por unos momentos.
—Clara. ¿Sabés que pasó en verdad?
—No —susurré. No era mentira.
—No sé si lo soñé o fue verdad, pero me pareció que hiciste algo… con el gigante, no sé.
—Sé que hice algo —dije—, y en su momento me pareció claro, pero ahora apenas recuerdo… Quizá mañana, luego de dormir, me aclare.
Croft soltó un bostezo.
—Yo voy a dormir un día entero. Estoy agotado… —y nos contagió el bostezo a todos.
—Sí —dije—. Supongo que sí… 

Luego de unos días logré comprender todo una vez más, pero no se lo dije a los demás. No quería que recordasen sus muertes. Por lo demás, creí entender que la sombra había quedado atrapada acá. Pero ya no tenía poder.

Mientras viajábamos en el helicóptero y bostezábamos, miré por la ventana. Oscuridad total en todas las direcciones. Empezó a darme sueño, a pesar del ruido del motor. No hice esfuerzo alguno por mantenerme despierta. Ahora estábamos a salvo. Nosotros y la humanidad. Cerré los ojos tranquila. Ya no era el destino. Había perdido el poder, pero no me importaba. Luego de vivir un siglo, por fin podía seguir con mi vida.
Y luego de un siglo, dejé de soñar con ese día en la ruta.

Fuimos liberados del destino. Fuimos liberados de cualquier comando. Soñé con el blanco infinito.







Agosto 2013 • Noviembre 2015



 


DOS NOCHES DE VERANO
CROFT escrito por CROFT
NICK e INTERMEDIO escrito por ZEH ROH
CLAY escrito por BAKE
HENRY y CLARA escrito por FABIANPX


 

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