martes, 12 de noviembre de 2013

Dos Noches de Verano — 5 — Clay: Matar a Henry

>Clay: Matar a Henry.


La melodía de la Ciudad se rompió con el crujir de un vidrio. Antes de eso había gritado alguien, pero no lo había notado. Luego, una frenada fuerte de un auto, y justo después más vidrios rotos. Sonó un segundo grito, y este sí lo escuché, y me giré a la izquierda. La calle estaba congestionada, y varios autos habían chocado. 
Un choque en la Ciudad; eso era raro. Ya podía escuchar las sirenas acercándose. Llegué a la esquina y vi como la ambulancia doblaba a toda velocidad. Volteé la cabeza, y entre los coches que pasaban pude ver un charco de sangre junto a la fila de autos chocados. 
Sangre. 
Sacudí mi cabeza y cerré los ojos. Seguí caminando hacía la universidad. Varias personas me chocaron, pero no le di más importancia. 
Al llegar a la otra esquina tuve que esperar a que el semáforo cambiara. Otro idiota que venía corriendo chocó conmigo y casi vuelo hacía la calle.
—¡Cuidado, imbécil! 
Me acomodé la ropa. Empecé a escuchar la melodía de la ciudad de nuevo. Dejo de ser un Adaggio para ser un frenético Prestissimo. Escuché otro grito, y otro más. Empecé a escuchar que los pasos de las personas aumentaban su velocidad. Más vidrios rotos, más gritos. Chirridos de metal quebrándose. 
No entendía qué estaba pasando. Cerré los ojos. 
Los gritos. Los pasos. Los vidrios. Los autos. Aun en completo caos, la Ciudad tenía una melodía. 
Entonces un disparo rasgó el ambiente. Por un momento no hubo más pasos, ni vidrios, ni autos. 
Abrí los ojos y vi como un hombre que estaba arrodillado se desplomaba frente a mí. La sangre no tardó en volver a manchar la Ciudad. Sus ojos eran blancos, y del ojo derecho le salía un líquido negro. No pude dejar de mirarlo hasta que terminó de morir y cerró los ojos. 
Mi corazón se comprimió. Luego de eso empezó a latir descontroladamente, y empecé a correr junto a todo el mundo. Corría sin dirección, en el sentido de la corriente. Quería estar lejos, lejos de la puta Ciudad. 
Sin darme cuenta, esa infinidad de gritos y violencia dispusieron el nuevo orden de la Ciudad. Corrí, y corrí, y corrí sin parar, más de lo que aguantaba mi cuerpo. Pero la gente me empujaba y no me dejaban parar. 
Quise doblar en una esquina, pero solo logré caerme, y que me pisaran incontables pies. Pareció una eternidad hasta que pude arrastrarme fuera de la corriente humana. 
La parte derecha de mi cara estaba raspada y sangrante. Mi camisa blanca era un desastre. Ah, y mi espalda y costillas dolían como la puta madre. Podría tener alguna fisura, también una fractura, pero quién sabía. Me arrastré hasta un lugar un poco más escondido y seguro. Estaba pegado a la entrada de un edificio. Veía a todo el mundo corriendo, a autos chocando entre su apuro. Ya me estaba acostumbrado. Aunque todavía no tuviera la más puta idea de qué estaba pasando. 
Me acerqué a un rincón, donde estaba casi oculto por una planta. Varias personas me vieron sin darme más atención, hasta que una persona si me notó. Tenía un brazo consumido, como si se lo hubieran drenado; solo era huesos recubiertos por piel. Y también tenía ese líquido negro cayendo de uno sus ojos. Empezó acercarse a mí lentamente. Esa cosa no podía ser buena. 
—No… No —balbuceé—. Por favor, ¡no!
Empecé a patear el vidrio de la entrada al edificio. Pero no era suficiente. Se empezó a rasgar, pero no llegaría a tiempo. 
Entonces llegó un auto a velocidad infernal. Giró hacía mi rincón y chocó contra el edificio de frente. Atropelló al sujeto y destruyó la entrada. Sin perder un segundo, me arrastré hacia adentro. Había muchos cristales en el piso; traté de correrlos como podía, pero era imposible evitar clavarme alguno. Dolían, pero de alguna manera también distraían del dolor en mis costillas y espalda. Llegué hasta el ascensor. El botón estaba muy lejos y, al no poder pararme, tuve que sacarme una zapatilla y tirarla. No tarde mucho; al final escuché el clic del ascensor y la puerta se abrió. Escuché un grito que proveía del auto. No era dolor; parecía rabia. No tenía ninguna intención de saber qué era.
Me metí en el ascensor y traté de apuntar a los pisos de más arriba. Acerté al primer tiro. Piso 9. Era bueno, pero no lo suficiente. Tenía que llegar a la terraza. No fue fácil. Del 9 baje al 4, del 4 al 2. Me tomé unos momentos y me concentré en apuntar a lo más alto. Le di al 8. Al final, la quinta fue la vencida. 
Cuando el ascensor se abrió quedaba un último obstáculo; las escaleras. 
Después de veinte minutos y un esfuerzo enorme llegue a la puerta, que abrí con otro tiro preciso de mi zapatilla. Me arrastré hasta atrás de un tanque de agua y me dormí al instante. 
Desperté de la siesta bastante recuperado. Me pude parar sin mayor esfuerzo, pero caminar no fue tan fácil. Me apoyé en la pared de la terraza. 
Mi corazón se comprimió y latió muy despacio. 
Eso era la Ciudad. Después de tanto soñarla por tanto tiempo, eso era la realidad que me daba. Una puta masacre. 
Era un desastre, y estaba justo en el medio. De lo que fuese que se tratase. 
Varios helicópteros sobrevolaron la ciudad. Hacían oír un mensaje; iba a hacerse un rescate dentro de dos días en la zona norte de la Ciudad.
Tendría que ponerme en marcha de inmediato. 
Necesitaría medicamentos, antes que todo. Había una farmacia en la calle de enfrente, llegando a la esquina. El sol había bajado, y había menos ruidos en la calle. Esperé hasta asegurarme que todo se había tranquilizado y baje. 
En el primer piso seguía estando el auto y los cristales con los que me había cortado. 
La puerta del coche estaba abierta, y podían verse huellas que llevaban hacía afuera. Estaban repletas de manchas negras y de sangre. 
Fui caminando lo más rápido que pude hacía la farmacia. Busque rápido un puto analgésico, y volví a la calle. Ahora necesitaba agua. Pero era muy peligroso andar por la calle. 
Volví al edificio y mire el estado del auto. Parecía en buenas condiciones para haber chocado contra un edificio. Tal vez funcionara.
Y así fue. Puse marcha atrás, y busqué cualquier lado donde pudiera haber agua. Necesitaba tomar esos medicamentos rápido. La manera en la que estaba sentado para evitar tocar la sangre no era muy cómoda, y no le hacía bien a mis costillas. Al final encontré un kiosco. Abrí una de las heladeras y robé una botella de agua mineral. Volví al coche. El sol se empezaba a poner. Tenía que buscar un lugar donde dormir. Decidí seguir hasta la esquina. El motor se paró, pero lo logré volver a poner en funcionamiento. Doble a la izquierda. 
El motor se volvió a apagar. Empezó a salir humo del capó. No sabía nada de motores, así que solo podía esperar adentro del auto. Intente varias veces cada cinco minutos. Mientras tanto vi a varios autos pasar, incluso al lado mío, pero no quisieron detenerse. 
Aproveché a tomar dos píldoras del analgésico. Solo con el placebo me sentía genial. 
Intenté una vez más, pero el motor no respondía. Tal vez el radiador necesitaba agua; era lo único que podía hacer. Ya era de noche. Volví al auto, use la botella y encendí el motor, pero no funciono. Insistí. Casi arrancó. Intente una vez más y funciono. 
Decidí volver a casa, aunque eso fuera en el sur. 
Dormí bastante bien. Al despertar busqué agua y tome otra doble dosis de mi analgésico. Busqué un poco de comida y la puse en una mochila. No tenía casi nada; recién me había mudado. 
Bajé y me subí al auto. La sangre ya estaba seca, así que era inútil limpiarla. 
Me detuve dos segundos para pensar cómo llegar al norte. No conocía la ciudad. Avancé hacía donde creía que estaría.
La ciudad estaba plagada de cuerpos; gente tirada por todas partes. Algunos estaban cubiertos por un charco negro. No era nada bonito, pero lo manejé bien. Vi bastante actividad humana. Era perfectamente no hospitalaria, pero la vida seguía; aunque todas las actividades se habían cancelado en pos de alcanzar la evacuación. Ni siquiera nos habían dicho cuál era la razón de la emergencia.
Me di cuenta que iba hacía el norte por la gente; vi a muchos caminando en la misma dirección. Muchos estaban armados, y no solo cuchillos de cocina. Vi a varios con escopetas y rifles. Quizá era fácil conseguirlas en la Ciudad. Vi varias veces como cuando aparecían esas cosas, esa gente monstruosa, lo armados solían ayudar a las demás personas. Aunque más de una vez vi como usaban sus armas para robar las pertenencias ajenas. 
Seguí adelante, manteniendo cierta distancia. 
Mi panza empezó a rugir. Tenía que encontrar un lugar donde dormir, y también buscar más comida de la que traía. Al hacer unas cuadras más vi un local de comida y me acerque con el auto. Tal vez tenían alguna puerta abierta en la parte de atrás. 
Llegue hasta la vidriera donde se encargaban las comidas por auto. Empecé a buscar alguna puerta o algo; casi me meó en los pantalones cuando el puto parlante habló.
¿Qué desea? 
—Un vuelo a Kenia —respondí, sin esperar respuesta. Pensé que se trataba de algún robot. 
Vendemos hamburguesas.
—¿Qué? 
Comida, idiota. 
Esos hijos de puta estaban atendiendo en una situación así. 
Pero no iba a desaprovechar esta oportunidad. Abrí la guantera del auto, porque en la guantera siempre hay algo que sirve, siempre hay una pistola, o la llave necesaria… o dinero, como en esta ocasión. 
Había una billetera. No tenía mucha plata; tal vez unos cincuenta dólares. 
—¿Qué me das por cuarenta y ocho dólares? 
Una hamburguesa doble, con refresco y papas comunes. 
—Dije cuarenta y ocho dólares, no ocho. 
Escuche bien, señor. 
Había sextuplicado los precios… Sabían que necesitábamos comida. Que hijos de puta. 
—Dámela, entonces.
Tomé mi comida y les deje su sucio dinero. Comí tranquilo. Tomé un analgésico más. 
Se hacía de noche, y tenía que apurarme a encontrar un lugar. Salí de local y me puse en marcha hacía el norte. Ya no había mucha actividad en las calles. 
Luego de unas cuadras el indicador de gasolina estaba en rojo. De todas maneras, no me quedaban más que unos kilómetros. 
A lo lejos vi a un hombre, uno de los cambiados, persiguiendo a una mujer. Aceleré a fondo y atropellé al hombre, logrando no tocar a la chica. Recibí algunas turbulencias, pero controlé el auto. Me bajé para ver si la chica estaba bien. Parecía que estaba corriendo hacía una casa; entonces, la puerta de esta se abrió, y de adentro salieron dos hombres. Los tipos miraron hacía el cuerpo que atropellé y parecían atónitos. Se miraron y fueron a dedicarse a la chica, que estaba llorando. 

De repente, esta me miró. Pensé que la expresión en su rostro iba a ser de agradecimiento, pero parecía enojada. La chica se paró, y se lanzó hacia mí.

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